Historias asombrosas de la vida real: la guerra que hizo cerrar unas termas y acabó con el estilo de vida imperial.

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La Historia del mundo está escrita con sangre, y sus capítulos son las distintas guerras que han destrozado a la humanidad. Desde que el mundo es mundo, los pueblos se han relacionado tan sólo de dos maneras: mediante el comercio o la guerra. Los fenicios constituyen el mejor ejemplo del primer caso, estableciendo estrechas relaciones comerciales a todo lo largo del Mediterráneo; mientras que los romanos llevaron a cabo una política expansionista que marcó a fuego todo el mundo conocido. Y cada uno exportó sus dioses, su manera de ver la vida y sus conocimientos científicos, a la vez que iba aprendiendo. Un intercambio de naturaleza muy distinta.

Entre una guerra y otra, breves períodos de prosperidad lograban mejorar las condiciones de vida de la gente. La riqueza, la sabiduría y los derechos civiles provienen de los escasos períodos pacíficos de los que han disfrutado los hombres, mientras que la industria armamentística se multiplicaba en las épocas contrarias. La filosofía, la democracia o la ciencia provienen de épocas de bienestar, mientras que la pólvora o el avión fueron desarrollados con fines belicosos. La carrera espacial se ha estancado desde que terminó la Guerra Fría, mientras que los drones, los potitos o los pañales hallan hoy en día una ocupación civil después de haber sido creados por soldados y para los soldados.

Algo así fue lo que ocurrió con el Grand Hotel Wildbad, un ejemplo perfecto de lo que producen las guerras. Situado en pleno corazón de los Alpes italianos, en torno a los famosos baños de San Cándido, actualmente sólo es un montón de ruinas sin dueño plagadas de recuerdos brillantes. El poder curativo de sus aguas es conocido desde los tiempos del Imperio romano, y posteriormente, en el siglo XVI, una orden de monjes benedictinos hizo célebre su emplazamiento. Sin embargo, nada que ver con la fama a nivel mundial que alcanzó a partir del XIX, cuando la propiedad fue adquirida por el médico húngaro Johann Schreiber, quien abrió un sanatorio muy en plan «La montaña mágica» (o «La montaña mágica» muy en plan el Grand Hotel Wildbad).

A partir de entonces, la mayor parte de la nobleza y monarquías europeas se hizo clientela habitual de este lugar. Sus salones derrochaban lujo: tapices, espejos, enormes pasillos decorados y fiestas sin medida. El emperador Francisco José I de Austria, su sobrino Francisco Fernando y el emperador Federico III de Alemania (que sólo reinó durante 99 días, víctima de un cáncer de laringe) visitaron con asiduidad estas termas, consideradas milagrosas y rejuvenecedoras. Y con ellos, las principales familias de la Vieja Europa, los más ricos y los que más títulos ostentaban, pues su presencia en el Grand Hotel Wildbad era un signo de distinción.

Sin embargo, Francisco Fernando fue asesinado en Sarajevo en 1914, y con él toda Europa (y con ella las termas) cambió para siempre. Durante la Gran Guerra, el hotel fue utilizado como base militar, protagonizando espectaculares batallas en la alta montaña que arrasaron el lugar. Sus grandes salas fueron el escenario de terribles enfrentamientos armados, donde se peleó cada pasillo, cada hermoso salón y cada terma, hasta que no quedó absolutamente nada de sus viejas glorias. Y no sólo es que el plomo y la sangre marcaron las estancias de una forma indeleble, sino que aquella forma de vida no volvió jamás. El período de entreguerras fue inestable para toda la región, y la Segunda Guerra Mundial fulminó Europa de una manera tan completa que le llevó décadas levantar cabeza. El Gran Hotel Wildbad no la levantó jamás.

Porque las grandes riquezas habían desaparecido, las familias nobles habían tenido que emigrar o se enfrentaron a la ira de los villanos a los que llevaban siglos explotando. Las monarquías se convirtieron en algo testimonial, y sus lujosas fiestas se perdieron en el olvido. Aquel siglo XIX de medallas, blasones y cacerías ya no existe, su legado es sólo parte de la Historia, y un monumental conjunto de ruinas señala dónde se reunieron una vez, para tomar los baños. Hoy el Grand Hotel Wildbad sólo está habitado por fantasmas, y quizá entre sus salones, hundidos por las bombas y la despreocupación, aún conversen sus espectros a la luz de mortecinas lámparas de gas, recordando méritos militares, conquistas amorosas y tontas polémicas de entonces, como eso que decía un naturalista inglés de que el hombre proviene del mono. Quién sabe. Tal vez merezca la pena pasarse por allí algún día y asistir a aquellos baños, vivir el glamour de un pasado que no va a regresar, sin sufrir los horrores de las tiranías que personificaban.

Porque la Gran Guerra no sólo terminó con más vidas que ninguna otra guerra hasta entonces, sino con una Europa que, por suerte, no se parece en nada a ésta en la que vivimos ahora, con todos sus defectos y vicios innatos.

Imágenes y más información en este enlace.

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