Frank Frazetta, el hombre que aprendió a pintar para hacer sonreír a su abuela.

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Si uno de los últimos artículos que escribí en este blog durante el verano fue el dedicado a N. C. Wyeth, tal vez el mejor pintor de piratas de la Historia (y, si te lo perdiste, creo que estás realmente en un grave error, así que te doy la oportunidad de subsanarlo en este enlace), quería empezar el otoño con uno aún más conocido, más espectacular y más legendario, si cabe: Frank Frazetta, el dios de la ilustración de aventuras, y en concreto de la fantasía heroica.

Si has leído algún libro de fantasía heroica en los últimos cincuenta años, has abierto algún cómic o has consultado algún libro sobre ilustración (e incluso si solamente has visto carteles de cine), lo más probable es que te hayas topado con unas cuantas obras de Frazetta (o de autores directamente influenciados por su arte). Y si es así, esa imagen no se te podrá borrar de la retina jamás.

Natural de Brooklyn, Nueva York, donde nació en 1928 en una familia numerosa en la que él era el único chico entre cinco hijos, la mayor parte de su tiempo lo pasó con su abuela. Pronto asistió a una escuela de arte, y a los dieciséis años empezó a dibujar cómics en diversas editorales. Su obra fue inmensa: cómics de ciencia-ficción, westerns, históricos, detectives y fantasía. Cualquier tema era propicio para su arte. Las editoriales cambiaban y su existencia fue tranquila, sin las grandes penurias que solemos asociar mentalmente con la vida de un artista (parece que, si un pintor no vive en la miseria y se deprime, ni es pintor ni es nada. De paso, tiene que presentar deformidades físicas evidentes y dibujar a prostitutas y bailarinas de cancán, y entonces sí nos convencemos de que es realmente un pintor…). Se casó en 1956 y la pareja tuvo cuatro hijos felices.

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Pero el gran éxito de Frazetta llegó en los años 60, cuando empezó a dibujar carteles de cine y, sobre todo, portadas de novelas de fantasía. Sus ilustraciones de los personajes de escritores como Robert E. Howard y Edgar Rice Burroughs (sobre todo Conan, Tarzán y John Carter de Marte) revolucionaron todo el género, llegando a ser consideradas como el paradigma. Cuando alguien imagina a Conan, lo hace con el rostro que le dibujó Frazetta. Cuando intentas explicar en qué consisten el género de aventuras y el de fantasía heroica, instintivamente en tu cabeza aparecen las portadas de Frazetta, incluso aunque no lo sepas. La fuerza que transmiten los personajes, su enorme poderío físico y la velocidad de sus movimientos son elementos claves de este pintor sin igual.

Y además tuvo la suerte de recibir en vida el reconocimiento que merecía (lo cual tampoco es muy habitual). Museos y casas de subastas le llamaban de continuo. Las editoriales se mataban por su trabajo. En 2009, sólo un año antes de su muerte, la ilustración «Conan the conqueror» fue subastada por un millón de dólares. En los 80 inauguró una galería permanente y un museo en Pennsylvania donde exponer su trabajo, que a día de hoy siguen abiertos. Era reconocido y alabado a nivel internacional.

Curiosamente, las portadas de Frazetta rara vez tenían relación con la trama de la propia novela que acompañaban, y él mismo reconoció que no solía leerlas: «El público que compró las novelas nunca se quejó… de hecho no creo que ellos mismos se las leyeran».

Los últimos años fueron complicados para el artista: su esposa murió a consecuencia de un cáncer en 2009, sus hijos se enfrentaron legalmente con él en 2009 y 2010 por la titularidad de varias obras, y finalmente murió por un ictus en 2010, en un hospital de Florida. De hecho ya había un sufrido un ictus previo que le había dejado paralizado el brazo derecho, y aun así logró sobreponerse y aprendió a dibujar con la mano izquierda, en un ejemplo de superación personal que sus cronistas siempre han resaltado. Su fuerza era comparable a la de los héroes que había ilustrado.

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Lo mejor de toda esta historia es que Frazetta decía que su trabajo como pintor y dibujante se debía a su abuela. Cuando sólo era un niño, Frazetta pasó largas temporadas con su abuela, y ella siempre le decía lo mucho que le gustaban sus dibujos, lo bien que lo hacía y cuánto tenía que esforzarse por mejorar. Incluso le daba un penique por cada dibujo que hacía. El pequeño Frank recibía con tanta ilusión ese penique que siguió pintando y pintando para hacer feliz a su abuela, y eran tantos los dibujos que llegó a producir que en ocasiones se quedaba sin papel y terminaba pintando en el papel higiénico. Todo para recibir el penique que le daba su abuela.

Cuando yo era niño, mi abuela también me decía que era el mejor, y que algún día me darían el premio Nobel. No lo conseguiré jamás, pero estoy convencido de que no habría sido la mitad de persona, ni habría llegado a la mitad del camino que he andado hasta ahora, si no fuera porque mi abuela me convenció de que era capaz. Y a Frazetta también le ocurrió lo mismo. Así que estos días lo pensé mucho y llegué a la conclusión de que tenía que escribir este artículo, no tanto por el gran artista de cuyo nacimiento se cumplirán nueve décadas el año que viene, como por las abuelas capaces de hacer de nosotros las personas más fuertes del mundo. Tanto como Conan, Tarzán y John Carter de Marte, juntos.

Podéis encontrar la web del «Frazetta Art Museum» en este enlace.

Más autores, más aventuras y más locuras en general en este otro enlace de aquí.

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