El cuento del que nació «El cazador de tormentas»: «Los espejos de Tuzun Thune», de Robert E. Howard

Portada de la revista Weird Tales correspondiente a septiembre de 1929

El autor texano Robert E. Howard está considerado el padre de la fantasía heroica. Con una fulgurante carrera literaria de solo diez años —entre 1926 y 1936—, su obra abarca sobre todo relatos cortos, pero también poemas y alguna novela. Los primeros salieron publicados de forma mayoritaria en revistas pulp de su época, la más famosa de todas Weird Tales, que albergó entre sus páginas a otros genios de las letras como H. P. Lovecraft o E. Hoffman Price. Pero, sin duda, Howard fue la estrella del momento, con historias que los lectores seguían con adoración y que le valieron con frecuencia el honor de la ilustración de portada.

Tres fueron sus personajes más populares: Conan el cimmerio, Kull de la Atlántida y Solomon Kane, el puritano. Todos ellos se basan en la premisa de la fuerza y la ética personal por encima de la decadencia de las sociedades, tanto presentes como pasadas. Los héroes de Howard suelen ser duros, individualistas y marcados por sus propios valores internos, que defienden en las situaciones más terribles, casi siempre enfrentados a enemigos ancestrales, pueblos antiguos o demonios de una terrible crueldad. El más conocido de todos sus protagonistas es Conan el cimmerio, un bárbaro de la llamada Edad Hiboria —una era situada entre el hundimiento de la Atlántida y el comienzo de la historia escrita, alrededor del año 10.000 antes de nuestra era (ANE)—, cuyas aventuras han aparecido en revistas, novelas, cómics, películas y series de televisión.

Kull, en cambio, vive en la llamada Edad Precataclísima, un tiempo anterior a la desaparición de la Atlántida —alrededor del año 100.000 ANE—, y es el monarca del reino más poderoso de su mundo, Valusia. Al igual que Conan, sus orígenes son humildes. Nacido y criado en una tribu salvaje de la Atlántida, sus pasos errantes lo llevaron a formar parte de las legiones de mercenarios de Valusia y finalmente a derrocar al cruel rey Borna y hacerse con su corona. Kull se ha establecido, por tanto, en el trono más poderoso y respetado, pero eso ha generado en su contra una permanente maraña de conspiraciones urdidas por enemigos extranjeros y por nobles locales, todos deseosos de privarlo de sus derechos. Muchos de los relatos de este personaje aluden a intentos de asesinato por parte de diversas facciones, cada cual organizándolos a su manera.

Sin embargo, Kull no se parece demasiado a Conan. Mientras el cimmerio actúa con la sencillez típica de un bárbaro, cuya máxima aspiración en la vida es disfrutar de cuantos placeres pueda pagar con su dinero o con el de otros, el atlante es un ser atormentado por la incertidumbre, melancólico, pensativo y juicioso. Persigue el bienestar de todos sus súbditos y rompe con decisión cualquier ley ancestral con la que no esté de acuerdo, siempre que crea que esa ley está vulnerando el bien común.

Kull de la Atlántida solo llegó a aparecer en tres relatos de los muchos que publicó Howard en vida —aunque luego su albacea encontró unos cuantos más entre sus papeles—: Reyes de la noche —donde comparte protagonismo con el caudillo picto Bran Mak Morn—, El reino de las sombras —considerado uno de los mejores relatos de fantasía de todos los tiempos— y este que nos ocupa, Los espejos de Tuzun Thune, una historia compleja, oscura y con aspiraciones metafísicas. Un combate de esfuerzos y voluntades, y que además alude al pasado y al futuro de esa Edad Precataclísmica en la que vive Kull, y que sabemos, como sabrán también sus protagonistas, que está condenada a la destrucción.

Los espejos de Tuzun Thune apareció publicado por primera vez en el número correspondiente a septiembre de 1929 de la revista Weird Tales y desde entonces ha sido adaptado al cómic y en parte al cine —los espejos a los que se refiere el título son los que aparecen al comienzo de la película Solomon Kane, de 2009—.

La historia de este relato me pareció tan grande que no se podía quedar limitada a estas pocas páginas. Tenía que crecer y dar lugar a una trama mucho más grande.

De esa idea es de la que surgió El cazador de tormentas.

Te ofrezco aquí el relato original, para que juzgues libremente su valía.

Ilustración original aparecida en la revista Weird Tales

LOS ESPEJOS DE TUZUN THUNE

«Una tierra salvaje, extraña, que yace magnífica

fuera del espacio, fuera del tiempo».

Poe

Viñeta perteneciente a la adaptación al cómic de esta obra, guionizada por Doug Moench y dibujada por John Bolton

Así llega, incluso para los reyes, el tiempo del gran hastío. Entonces el oro del trono se convierte en bronce, la seda del palacio pierde su brillo. Las gemas de la diadema brillan con tristeza, como el hielo de los mares blancos. Los discursos de los hombres son como el soniquete vacío de la campana de un bufón. La sensación que proviene de las cosas lo hace un modo irreal. Hasta el sol se vuelve de cobre en el cielo y el aliento del verde océano deja de ser fresco.

Kull se sentaba en el trono de Valusia y el tiempo del hastío había caído sobre él. Ante sus ojos se movían, en una visión infinita y sin sentido, hombres, mujeres, sacerdotes, acontecimientos y sombras de acontecimientos. Cosas vistas y cosas por llegar. Pero, como sombras, iban y venían, sin dejar huella en su conciencia, salvo la de un gran abatimiento. Sin embargo, Kull no estaba cansado. Había en él un ansia por cosas más allá de sí mismo y más allá de la corte de Valusia. Una agitación bullía en él, y sueños extraños y luminosos recorrían su alma. A una orden suya, se le acercó Brule, el Asesino de la Lanza, guerrero de la Tierra Picta, de las islas más allá del oeste.

—Mi rey y señor, estáis harto de la vida de la corte. Acompañadme a mi galera y recorramos las mareas por un tiempo.

—No. —Kull reposó la barbilla en su fuerte mano con aire melancólico—. Estoy agotado más allá de todas esas cosas. Las ciudades no guardan ningún atractivo para mí y las fronteras están tranquilas. Ya no oigo los cantos del mar que oía cuando me tumbaba de niño en los estruendosos riscos de la Atlántida y la noche estaba viva con las resplandecientes estrellas. Ya no me llaman los verdes bosques como antaño. Hay una extrañeza en mí y un deseo más allá de los deseos de la vida. ¡Vete!

Brule se alejó con aire dubitativo y dejó al rey cavilando en su trono. Entonces, una chica de la corte se acercó sigilosamente a Kull y le susurró:

—Gran rey, busca a Tuzun Thune, el mago. Los secretos de la vida y la muerte son suyos, y las estrellas en el cielo y las tierras bajo los mares.

Kull miró a la chica. De espléndido oro era su cabello y sus ojos violetas estaban extrañamente rasgados. Era hermosa, pero su belleza significaba poco para Kull.

—Tuzun Thune —repitió—. ¿Quién es?

—Un mago de la Raza Antigua. Vive aquí, en Valusia, junto al Lago de las Visiones, en la Casa de los Mil Espejos. Todo lo sabe, mi rey y señor. Habla con los muertos y se comunica con los demonios de las Tierras Perdidas.

Kull se levantó.

—Buscaré a ese presuntuoso, pero ni una palabra de mi partida, ¿me oyes?

—Soy vuestra esclava, mi señor.

Y cayó de rodillas con humildad, pero la sonrisa de su boca escarlata era astuta a espaldas de Kull y el destello de sus ojos entrecerrados era maligno.

Kull llegó a la casa de Tuzun Thune, junto al Lago de las Visiones. Anchas y azules se extendían las aguas del lago, y muchos hermosos palacios se alzaban sobre sus orillas. Muchos barcos de recreo con alas de cisne se dejaban llevar perezosamente sobre su brumosa superficie y a cada momento llegaba el sonido de una música suave.

Alta y espaciosa, pero sin pretensiones, se alzaba la Casa de los Mil Espejos. Las grandes puertas permanecían abiertas, y Kull subió la ancha escalera y entró sin anunciarse. Allí, en una gran cámara cuyas paredes eran de espejos, encontró a Tuzun Thune, el mago. El hombre era tan anciano como las colinas de Zalgara, como cuero arrugado era su piel, pero sus fríos ojos grises eran como chispas del acero de una espada.

⸺Kull de Valusia, mi casa es vuestra ⸺dijo, haciendo una reverencia con la cortesía de los tiempos antiguos, y señaló a Kull una silla en forma de trono.

—Eres un mago, según he oído —dijo Kull con aspereza, apoyando la barbilla en la mano y fijando sus ojos melancólicos en el rostro del hombre—. ¿Puedes hacer maravillas?

El mago extendió su mano. Sus dedos se abrían y cerraban como las garras de un pájaro.

⸺¿No es esto una maravilla, que esta carne ciega obedezca los pensamientos de mi mente? Camino, respiro, hablo… ¿no son todas maravillas?

Kull meditó un rato y luego habló.

⸺¿Puedes invocar a demonios?

—Sí. Puedo invocar a un demonio más salvaje que cualquier otro en la tierra de los fantasmas. A base de golpearos en el rostro.

Kull se sobresaltó al oírlo y luego asintió.

⸺Pero los muertos, ¿puedes hablar con los muertos?

⸺Yo hablo con los muertos siempre, lo estoy haciendo ahora mismo. La muerte empieza con el nacimiento y cada hombre empieza a morir cuando nace. Incluso ahora, vos estáis muerto, rey Kull, porque nacisteis.

⸺Pero tú eres más viejo de lo que llegan a ser nunca los hombres. ¿Los magos no mueren jamás?

⸺Los hombres mueren cuando llega su hora, ni antes ni después. La mía no ha llegado todavía.

Kull dio vueltas a estas respuestas en su mente.

⸺Entonces parecería que el mayor mago de Valusia no es más que un hombre común, y me han engañado al venir aquí.

Tuzun Thune sacudió la cabeza.

⸺Los hombres no son más que hombres, y los más grandes son los que aprenden antes las cosas más sencillas. No, mirad mis espejos, Kull.

El techo era un gran conjunto de espejos y las paredes también eran espejos, que estaban perfectamente unidos entre sí, aunque fueran muchos espejos de muchos tamaños y formas.

⸺Los espejos son el mundo, Kull ⸺continuó el mago⸺. Observad mis espejos y aprended.

Kull eligió uno al azar y lo miró con atención. Los espejos de la pared opuesta se reflejaban allí, reflejando a su vez a otros, de modo que parecía estar observando un pasillo largo y luminoso formado por un espejo detrás de otro. Y a lo lejos, por este pasillo, se movía una figura diminuta. Kull miró durante mucho tiempo antes de comprender que la figura era el reflejo de sí mismo. Observó y lo invadió una extraña sensación de insignificancia. Parecía como si aquella diminuta figura fuese el verdadero Kull y representara las proporciones reales de sí mismo. Así que se alejó y se detuvo frente a otro.

⸺Mirad de cerca, Kull. Ese es el espejo del pasado ⸺escuchó que decía el mago.

Brumas grises oscurecían la visión, grandes bancos de niebla, siempre agitados y cambiantes como el fantasma de un gran río. A través de estas brumas, Kull captó fugaces visiones de horror y extrañeza. Bestias y hombres se movían allí, y formas que no eran hombres ni bestias. Grandes flores exóticas brillaban a través del gris. Altos árboles tropicales se elevaban sobre pantanos apestosos, donde monstruos reptilianos se revolcaban y rugían. El cielo tenía un aspecto horrendo por la presencia de dragones voladores, y los mares turbulentos se sacudían, rugían y batían sin cesar a lo largo de las playas fangosas. Aún no existía el hombre, pues era tan solo el sueño de los dioses, y extrañas eran las formas de pesadilla que se deslizaban a través de junglas malolientes. Allí había combates y acometidas violentas, y también amores espantosos. Y había muerte, pues la vida y la muerte van de la mano. En las fangosas playas del mundo sonaba el rugido de los monstruos, y formas increíbles se alzaban a través de una cortina de lluvia incesante.

⸺Esto es del futuro. ⸺Kull miró en silencio⸺. ¿Qué veis?

⸺Un mundo extraño ⸺dijo Kull con voz intensa⸺. Los Siete Imperios se han convertido en polvo y han sido olvidados. Las agitadas olas verdes rugen a muchas brazas sobre las colinas eternas de la Atlántida. Las montañas de Lemuria, al oeste, son islas de un mar desconocido. Extraños salvajes vagan por las tierras antiguas, y nuevas tierras son extrañamente arrojadas desde las profundidades, profanando los santuarios más arcaicos. Valusia se ha desvanecido, igual que todas las naciones de hoy en día. Las del mañana nos son extrañas. No nos conocen.

⸺El tiempo avanza a grandes zancadas ⸺dijo Tuzun Thune con calma⸺. Vivimos hoy, ¿qué nos importan el mañana o el ayer? La rueda gira y las naciones se alzan y caen. El mundo cambia y los tiempos vuelven al salvajismo para alzarse de nuevo a través de las eras. Antes de que existiera la Atlántida, estaba Valusia; y antes de que existiera Valusia, estaban las Naciones Antiguas. Sí, nosotros también pisoteamos, durante nuestro avance, los hombros de las tribus perdidas. Vos, que habéis venido de las verdes colinas del mar de la Atlántida para conquistar la antigua corona de Valusia, creéis que mi tribu es vieja… nosotros, que ocupamos estas tierras antes de que los valusos salieran del este, en los días previos a que hubiera hombres en las tierras del mar. Pero los hombres ya estaban aquí cuando las Tribus Antiguas salieron de las tierras baldías, y hubo hombres antes que esos hombres, y otras tribus antes que esas tribus. Las naciones desaparecen y se olvidan, pues ese es el destino del hombre.

⸺Sí ⸺dijo Kull⸺. Sin embargo, ¿no es una lástima que la belleza y la gloria de los hombres tengan que desvanecerse como el humo en un mar de verano?

⸺¿Por qué razón, desde el momento que ese es su destino? Yo no le doy vueltas a las glorias perdidas de mi raza, ni trabajo por las razas que aún están por venir. Vivid ahora, Kull, vivid ahora. Los muertos están muertos, los no nacidos aún no lo están. ¿Qué os importa sufrir el olvido de los hombres cuando vos ya os hayáis olvidado a vos mismo en los silenciosos mundos de la muerte? Observad mis espejos y aprended.

Kull eligió otro espejo y miró en él.

⸺Ese es el espejo de la magia más profunda. ¿Qué veis, Kull?

⸺Nada más que a mí mismo.

—Mirad de cerca, Kull, ¿sois vos de verdad?

Kull miró en el gran espejo y la imagen que era su reflejo le devolvió la mirada.

⸺Me presento ante este espejo ⸺meditó Kull, con la barbilla sobre el puño⸺ y le doy vida a este hombre. Eso está más allá de mi comprensión, desde el momento en que lo vi por primera vez en las tranquilas aguas de los lagos de la Atlántida hasta que lo volví a ver en los espejos de borde de oro de Valusia. Él soy yo, una sombra de mí mismo, una parte de mí mismo. Puedo traerlo a la existencia o asesinarlo a mi voluntad. Sin embargo…

Se detuvo, con extraños pensamientos susurrando a través de los vastos y sombríos recovecos de su mente, como murciélagos tenebrosos que volaran a través de una gran caverna.

⸺Pero ¿dónde está él cuando no me sitúo frente a un espejo? ¿Puede recaer en el poder del hombre la capacidad de formar y destruir tan a la ligera una sombra de vida y existencia? ¿Cómo sé que, cuando me separo del espejo, él se desvanece en el vacío de la nada?

»No, por Valka, ¿soy yo el hombre o es él? ¿Quién de nosotros es el fantasma del otro? Tal vez estos espejos no sean más que ventanas a través de las cuales miramos a otro mundo. ¿Piensa él lo mismo de mí? ¿Soy yo únicamente una sombra, un reflejo suyo, como lo es él de mí? Y si soy yo el fantasma, ¿qué clase de mundo vive al otro lado de este espejo? ¿Qué ejércitos cabalgan allí y qué reyes gobiernan? Este mundo es todo lo que conozco. Sin saber nada de ningún otro, ¿cómo puedo juzgar? Sin duda habrá verdes colinas allí y mares estruendosos, y amplias llanuras donde los hombres cabalgan hacia la batalla. Dime, mago, tú que eres más sabio que la mayoría de los hombres, dime ¿hay mundos más allá de nuestros mundos?

⸺Un hombre tiene ojos, por tanto que mire ⸺respondió el mago⸺. Y quien quiera ver debe creer antes.

Las horas pasaron y Kull seguía sentado ante los espejos de Tuzun Thune, contemplando aquello que lo representaba a sí mismo. A veces parecía que solo miraba una superficie dura y, en otras ocasiones, parecían surgir ante él gigantescas profundidades. Como la superficie del mar era el espejo de Tuzun Thune, duro como el mar bajo los rayos oblicuos del sol, en la oscuridad de las estrellas, cuando ningún ojo puede traspasar sus abismos; amplio y místico como el mar cuando el sol lo castiga de tal manera que el aliento del observador queda atrapado al vislumbrar tremendos abismos. Así ocurría con el espejo en el que miraba Kull.

Por fin, el rey se levantó con un suspiro y se marchó, aún asombrado.

Y Kull regresó a la Casa de los Mil Espejos. Día tras día llegaba y se sentaba durante horas ante el espejo. Los ojos lo miraban de vuelta, idénticos a los suyos. Sin embargo, Kull pareció notar una diferencia, una realidad que no era suya. Hora tras hora, miraba con una extraña intensidad al espejo. Hora tras hora, la imagen le devolvía la mirada.

Los asuntos del palacio y del consejo quedaron desatendidos. El pueblo murmuraba. El semental de Kull pateaba inquieto en su establo y los guerreros de Kull jugaban a los dados y discutían de forma caótica entre ellos. Kull no hizo caso. A veces parecía a punto de descubrir algún inmenso e impensable secreto. Ya no veía la imagen en el espejo como una sombra de sí mismo. Aquella cosa, para él, era una entidad, similar en apariencia externa, pero básicamente tan alejada del mismo Kull como están separados los polos. La imagen, le parecía a Kull, tenía una individualidad aparte de la suya, no era más dependiente de Kull de lo que Kull dependía de él. Y, día a día, dudaba en qué mundo vivía realmente. ¿Era él la sombra, convocado a voluntad por el otro? ¿Vivía él, en lugar del otro, en un mundo de ilusión, la sombra del mundo real?

Kull empezó a desear que, por un momento, pudiera introducirse en la personalidad de más allá del espejo para ver lo que se podía ver allí. Sin embargo, si lograra ir más allá de esa puerta, ¿podría volver alguna vez? ¿Encontraría un mundo idéntico a aquel en el que se movía? ¿Un mundo del que el suyo no era más que un reflejo fantasmal? ¿Cuál era la realidad y cuál la ilusión?

A veces, Kull se paraba a preguntarse cómo esos pensamientos y sueños habían llegado a entrar en su mente, y otras veces se preguntaba si venían de su propia voluntad o… Aquí sus pensamientos se confundían. Sus meditaciones eran propias. Nadie gobernaba sus pensamientos ni los convocaba a su antojo. ¿Y acaso podía hacerlo él? ¿No eran como murciélagos, yendo y viniendo, no a su gusto, sino a la orden o el mandato de… de quién? ¿Los dioses? ¿Las mujeres que tejían las redes del destino? Kull no podía llegar a ninguna conclusión, pues a cada paso mental se sentía cada vez más desconcertado, en una niebla incierta de afirmaciones y refutaciones ilusorias.

Esto era lo que sabía: que extrañas visiones entraban en su mente como si volaran por sí mismas desde el susurrante vacío de la no existencia. Nunca había tenido esos pensamientos, pero ahora dominaban su mente, tanto dormido como despierto, de modo que a veces parecía caminar aturdido y sus noches estaban plagadas de sueños extraños y monstruosos.

⸺Cuéntame, mago ⸺dijo sentado frente al espejo, con los ojos fijos en su imagen⸺: ¿cómo puedo pasar por esa puerta? Porque, en verdad, no estoy seguro de que ese sea el mundo real y esta la sombra. Al menos, lo que veo debe existir de alguna manera.

⸺Mirad y creed ⸺murmuró el mago⸺. El hombre debe creer para conseguir algo. La forma es sombra, la sustancia es ilusión, la materia es sueño. El hombre es porque cree que es. ¿Qué es el hombre sino un sueño de los dioses? Sin embargo, el hombre puede ser lo que quiera ser. Forma y sustancia no son más que sombras. La mente, el ego, la esencia del sueño divino… eso es real, eso es inmortal. Mirad y creed, si queréis conseguirlo, Kull.

El rey no lo entendió del todo. En realidad, nunca entendió del todo las enigmáticas afirmaciones del mago. Sin embargo, estas tocaron una fibra débil y sensible de algún lugar de su ser. Así que, día tras día, se sentaba ante los espejos de Tuzun Thune. Y siempre el mago acechaba detrás de él como una sombra.

Entonces llegó un día en que Kull pareció vislumbrar tierras extrañas. Revolotearon por su conciencia pensamientos y reconocimientos oscuros. Día a día había ido perdiendo contacto con el mundo. Todas las cosas habían parecido, a cada nuevo día, más fantasmagóricas e irreales. Solo el hombre del espejo parecía una realidad. Ahora Kull creía estar a las puertas de mundos fabulosos. Gigantescos paisajes brillaban fugazmente. Las nieblas de la irrealidad se disiparon.

«La forma es sombra, la sustancia es ilusión: en realidad no son más que sombras», sonaba como si procediera de algún país lejano de su conciencia. Recordó las palabras del mago y le hicieron pensar que ahora ya casi lo entendía. Forma y sustancia… ¿no podría cambiar él mismo a voluntad si conociera la llave maestra que abría esa puerta? ¿Qué mundos dentro de qué mundos aguardaban al intrépido explorador?

El hombre en el espejo parecía sonreírle cada vez más cerca. Una niebla lo envolvió todo y el reflejo se atenuó de repente. Kull experimentó una sensación de desvanecimiento, de cambio, de fusión…

⸺¡Kull!

El grito rompió el silencio en un millón de fragmentos vibratorios.

Las montañas se quebraron y los mundos se tambalearon cuando Kull, lanzado hacia atrás por ese violento grito, hizo un esfuerzo sobrehumano sin saber cómo o por qué. Un estrépito y Kull se vio en la sala de Tuzun Thune ante un espejo destrozado. Estaba confundido y medio ciego de perplejidad. Allí, frente a él, yacía el cuerpo de Tuzun Thune, cuyo momento había llegado al fin, y encima de él permanecía Brule, el Asesino de la Lanza, con la espada goteando de rojo y los ojos muy abiertos con una expresión de horror.

⸺¡Valka! ⸺juró el guerrero⸺. ¡Kull, en qué buena hora he llegado!

⸺Sí, pero ¿qué pasó? ⸺El rey titubeaba al hablar.

⸺Pregúntale a esta traidora ⸺respondió el Asesino de la Lanza, señalando a una joven que se postraba aterrorizada ante el rey. Kull vio que se trataba de aquella que lo había enviado por primera vez ante Tuzun Thune.⸺ Cuando entré, te vi desvanecerte en el espejo como el humo se desvanece en el cielo, ¡por Valka! Si no lo hubiera visto, no lo habría creído. Casi habías desaparecido cuando mi grito te trajo de vuelta.

⸺Sí ⸺murmuró Kull⸺, casi había atravesado la puerta esta vez.

⸺Este demonio ha obrado con mucha astucia ⸺dijo Brule⸺. Kull, ¿no ves ahora cómo hizo girar y arrojó sobre ti una red de magia? Kaanuub de Blaal conspiró con este mago para acabar contigo y esta muchacha, una joven de la Raza Antigua, puso en tu mente la idea de que vinieras aquí. Ka–nu, del consejo, se enteró hoy del complot. No sé lo que viste en ese espejo, pero, con él, Tuzun Thune hechizó tu alma y, con su brujería, casi transforma tu cuerpo en niebla.

⸺Sí. ⸺Kull aún estaba confundido⸺. Pero, siendo un mago, teniendo conocimiento de todas las edades y despreciando el oro, la gloria y la posición, ¿qué podría ofrecer Kaanuub a Tuzun Thune para convertirlo en un asqueroso traidor?

⸺Oro, poder y posición ⸺gruñó Brule⸺. Cuanto antes aprendas que los hombres son hombres, ya sean magos, reyes o esclavos, mejor gobernarás, Kull. ¿Y ahora, qué hacemos con ella?

⸺Nada, Brule ⸺respondió, mientras la chica gimoteaba y se humillaba a los pies de Kull⸺. Ella no era más que una herramienta. Levántate, niña, y sigue tu camino: nadie te hará daño.

A solas con Brule, Kull miró por última vez en los espejos de Tuzun Thune.

—Quizá él planeó y conjuró, Brule… no, no desconfío de ti… Pero ¿era su brujería lo que me estaba convirtiendo en una niebla fina o me había tropezado con un secreto? Si no me hubieras traído de vuelta, ¿me habría disuelto o habría encontrado mundos más allá de este?

Brule echó un vistazo a los espejos y movió los hombros como si se estremeciera.

—Sí, Tuzun Thune almacenó aquí la sabiduría de todos los infiernos. Vámonos, Kull, antes de que también me embrujen a mí.

—Vamos, pues —respondió Kull, y juntos salieron de la Casa de los Mil Espejos, donde, tal vez, permanecen atrapadas las almas de los hombres.

Nadie mira ahora en los espejos de Tuzun Thune. Las embarcaciones de recreo evitan la orilla donde se alza la casa del mago y ya nadie entra en ella ni en la sala donde yace el cadáver seco y marchito de Tuzun Thune ante los espejos de la fantasía. Todos lo rechazan como un lugar maldito y, aunque permanezca en pie durante un millar de años, no se escuchará allí el eco de ningunos pasos. Sin embargo, Kull, en su trono, medita a menudo sobre la extraña sabiduría y los secretos no contados que se esconden allí, y entonces se pregunta…

Pues hay mundos más allá de los mundos, y Kull lo sabe, y tanto si el mago lo hechizó con palabras o con mesmerismo, los paisajes se abrieron ante la mirada del rey, más allá de esa puerta extraña, y Kull está ahora menos seguro de la realidad desde que miró en los espejos de Tuzun Thune.

FIN