
Al comienzo de la novela «El cazador de tormentas» aparecen dos mapas de la región de Nilidia creados por el estupendo ilustrador Sal Donaire. En esos dibujos se recoge el espíritu de los antiguos cartógrafos, que trataron de describir un mundo que apenas conocían y mostrárselo a todos, a los que se habían quedado atrás y solo recibían de forma ocasional las noticias sobre los pioneros, los exploradores y otros locos semejantes.
La cartografía no es solo una ciencia que habla sobre el diseño de mapas, sino que es un anhelo que ha acompañado a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. No ha habido una sola sociedad en la historia que no tratase de dibujar el mundo, o por lo menos el trocito que le interesaba. Y eso hay que entenderlo como un logro, no solo de cara al conocimiento que nos han legado esos creadores, sino también por la labor didáctica que tuvo cada mapa en la época en la que fue creado y, por encima de eso, su labor propagandística. Toda obra del ser humano está cargada de connotaciones, nada es neutro ni se hace porque sí, de modo que cada una debe ser estudiada en su entorno y con los porqués que la justificaron. Con los mapas ocurre exactamente igual.

En España contamos con el que ya ha sido reconocido como el mapa más antiguo de toda Europa occidental, el llamado mapa de Abauntz, una piedra hallada en la cueva del mismo nombre, situada en el valle de Ultzama, enfrente del monte San Gregorio, junto al arroyo Zaldazain y a un kilómetro al norte del pueblo de Arraitz, provincia de Navarra. Era esta cueva un lugar ya conocido como yacimiento arqueológico, con frecuentes campañas de excavación desde 1976, pero fue justo dos décadas después cuando los expertos identificaron en su interior tres piedras alargadas de unos veinte centímetros por diez, en cuya superficie aparecían una serie de líneas trazadas con un buril que representaban los lugares de mayor importancia de aquella zona. El monte San Gregorio, el arroyo Zaldazain con sus dos afluentes, charcas estacionales de invierno y la propia cueva son puntos reconocibles en el dibujo de la piedra, junto a la imagen de cabras o ciervos. Esto hace pensar que el autor quiso esquematizar los puntos donde obtener agua y alimento en el valle, quizá como referencia propia o para transmitírselo a sus congéneres. Hoy sabemos que la piedra data del período Paleolítico, concretamente del Magdaleniense, hacia el año 9815 antes de nuestra era (ANE). De esta misma época provienen las pinturas rupestres de la cueva de Altamira. Fue un tiempo de Homo sapiens prácticamente sedentarios, dedicados a la caza para sobrevivir, y con este fin se fabricaban herramientas complejas, entre ellas arpones, tridentes, lazos, redes y cuerdas. También crearon las primeras embarcaciones de la historia de la humanidad y llegaron a cazar ballenas. Así pues, con la mejora de las técnicas de caza y la formación de las primeras comunidades más o menos estables, surgió la idea de localizar los relieves que les permitirían sobrevivir. Es decir, la idea de hacer un mapa de su hogar.

Pronto los grupos humanos se volvieron sedentarios y fueron creciendo en complejidad y desarrollo. En la llamada región del Creciente Fértil, en relación a los ríos Tigris, Éufrates y Nilo, se produjeron revoluciones tan importantes como las de los metales, las ciudades–estado, la agricultura, el pastoreo, los sistemas de irrigación, los enclaves amurallados, la rueda, la escritura, las leyes, las matemáticas, la edificación de grandes estructuras y la formación de imperios. Es increíble constatar la manera en que las sociedades humanas cambiaron por completo en un espacio y un tiempo relativamente pequeños, dando lugar a conceptos que habrían de quedar asentados para siempre. La cartografía, como es lógico, no podía quedarse atrás.
De esta época data el Imago mundi babilonio, el primer mapamundi conocido, de alrededor del año 600 ANE. Ocupa la superficie de una pequeña tabla de arcilla, de alrededor de doce por ocho centímetros, en la que fueron grabados unos símbolos y unos caracteres cuneiformes con la ayuda de un estilete. El descubrimiento, que tuvo lugar en 1881 entre los restos de la antigua ciudad babilónica de Sippar ⸺hoy Irak⸺, revolucionó la historia, ya que se pudo comprobar que se trataba de un verdadero mapa del mundo conocido. Sus líneas representan con exactitud el río Éufrates, su desembocadura en el Golfo Pérsico, Babilonia y otras regiones como Susa, Urarto o Bit–Yakin. Además, también sirve como tributo al dios creador Marduk y a las supuestas conexiones entre el cielo y la tierra. Por tanto, igual que ocurría con la piedra de Abauntz, no solo es importante lo que muestran los mapas, sino por qué fueron dibujados y qué intentaban transmitir a aquellos a los que iban dirigidos. Actualmente, el Imago mundi babilonio se encuentra expuesto en el Museo Británico.

De épocas sucesivas datan el Papiro de las minas ⸺primer mapa geológico de la historia, creado alrededor del año 1150 ANE y que muestra la región de Nubia y la relación de minerales que se obtenían de ella⸺; los trazados de Anaximandro, Hecateo de Mileto o Heródoto de Halicarnaso, e incluso del propio Aristóteles; las decisivas contribuciones de Eratóstenes de Cirene ⸺que dibujó por primera vez paralelos y meridianos y calculó el valor de la circunferencia de la Tierra⸺; o la Geographia de Claudio Ptolomeo ⸺autor que afectó profundamente su época y las siguientes con una teoría geocéntrica que no llegaría a ser rebatida hasta el siglo XVI de nuestra era, y cuya obra supone el inicio de la cartografía como disciplina científica, gracias a la sistematización de los cálculos de longitud y latitud en las referencias geográficas y al desarrollo de las proyecciones cónica y cónico–esférica, que permiten llevar a un plano el dibujo de la superficie de una esfera como es la Tierra⸺.
La contribución de Ptolomeo a la historia resultó inmensa, en gran parte debido a las investigaciones que llevaron a cabo sobre sus trabajos los estudiosos árabes y latinos de siglos posteriores, y que hicieron posible los viajes del explorador Ibn Battuta en el siglo XIV de nuestra era. Sin embargo, en sus conclusiones hubo errores de bulto, como el hecho de considerar que Eratóstenes había magnificado el valor de la circunferencia de la Tierra y que este era, según sus cálculos, una quinta parte menor. Ptolomeo estaba equivocado, como se pudo comprobar más tarde, y sus datos acerca de la supuesta distancia entre Europa y Asia fueron los que llevaron a Cristóbal Colón a plantearse la idea de llegar hasta Cipango y Catay ⸺Japón y China, en aquella época⸺ atravesando el Océano Pacífico en lugar de bordeando África, como estaban haciendo los portugueses. Este proyecto no tuvo éxito, pero hizo posible el descubrimiento de América.

La cartografía siguió avanzando con el paso de los siglos, pero el conocimiento acerca del continente africano fue muy escaso prácticamente hasta el siglo XIX. Salvo las zonas costeras, que habían sido recorridas por navegantes desde las primeras civilizaciones, el interior de África permaneció inexplorado hasta fechas muy recientes. Los mapas reflejaban áreas desconocidas, que solían representarse con grandes animales o pobladores de piel negra, ante el desconocimiento de lo que realmente hubiera allí. Solo con las grandes exploraciones y la colonización europea se pudieron trazar mapas de lugares tan emblemáticos como las fuentes del Nilo o las montañas de la Luna, pero a cambio eso trajo consigo terribles masacres nunca vistas, como la que sucedió en el Congo.
Nilidia es una nación ficticia del norte de África, que he situado con Túnez y Argelia al oeste, Libia al este y Níger al sur. Como les ocurrió a todos los países de su entorno, no existieron mapas detallados de ese territorio hasta fechas muy recientes. Entonces, ¿de dónde provienen los datos que ha manejado Sal Donaire para poder dibujar lo que vemos en el libro? ¿Quién recogió ⸺y por qué⸺ el trazado del río Isis, la distribución de las montañas del Alba o el lugar donde se encontraban las ciudades más poderosas de esa región en torno al año 1546 de nuestra era?
Esta historia, como muchas otras de las que rodean a la nación de Nilidia, tal vez la descubramos algún día, de modo que habrá que estar pendientes de lo que vaya apareciendo sobre este curioso rincón de África, patria de nómadas, sultanes, corsarios, hechiceros y brujas de diversa condición. Y hogar, de eso no hay duda, de algunas de las mejores aventuras de todos los tiempos.
