Por qué nos encantan los villanos

Vivimos una era dorada de la producción audiovisual en torno a villanos de renombre, pero ¿por qué nos atraen tanto estos personajes? ¿Qué buscamos en su alma caótica?

Todo héroe reluce en contraposición a su villano y, desde luego, no serían lo mismo Batman, Superman o La Sombra sin la enorme contribución del Joker, Lex Luthor o Shiwan Khan, por poner solo unos ejemplos. La habilidad del protagonista, su ingenio, su fuerza e incluso su sentido del humor destacan principalmente cuando se oponen a la habilidad, el ingenio, la fuerza y el sentido del humor de un enemigo a su nivel. Ambos son necesarios en cualquier historia de aventuras y conforman un equilibrio complejo del que solo los mejores autores logran salir airosos: si el villano no supone un reto importante, el relato quedará en nada; y, si es excesivamente poderoso, se comerá al héroe.

Son muchos los casos en los que el antagonista cobra tanta importancia que logra opacar a quien se suponía que debía llevar la narración sobre sus hombros, pero pocas veces resulta tan obvio como con Fu Manchú, villano por excelencia de novelas y películas durante el siglo veinte, que robó el título de cualquiera de esas producciones ―no hay ni un solo libro titulado Sir Nayland Smith, aunque haya sido él quien ha desbaratado la mayor parte de complots de este terrible personaje― y dio inicio al cliché del Peligro Amarillo ―enemigos de la humanidad que venían de Oriente y empleaban todo tipo de elementos exóticos para sus planes; a este grupo pertenecen el propio Shiwan Khan, el Mandarín o la Garra Amarilla―.

Todo héroe que se precie cuenta con una buena galería de villanos: Superman tiene a Luthor, Brainiac, Bizarro, Metallo o Mxyzptlk; Batman tiene al Joker, el Pingüino, Catwoman, el Espantapájaros, Mister Frío o R´as al Ghul; James Bond tiene a Le Chiffre, Goldfinger, el Doctor No, Tiburón o Erns Stavro Blofeld. Cada uno de ellos supone un reto distinto, pero siempre grande, y el héroe debe realizar un esfuerzo para derrotarlos y acabar con su amenaza.

Una de las mejores producciones en este sentido fue Batman: La serie animada, que entre 1992 y 1995 mostró una aventura semanal con un villano distinto cada vez, y en cada capítulo los guionistas ahondaron en la psicología del personaje, su drama vital, sus motivaciones, sus objetivos y su conflicto, lo que otorgó una profundidad que luego ha perdurado. Man–Bat, Hiedra Venenosa o Dos Caras deben mucho a esta serie, igual que la locura divertida y desenfrenada del Joker o las actividades mafiosas del Pingüino. Todo ello lo hemos podido ver con frecuencia en cómics, películas y series que han ido surgiendo desde entonces.

Y en realidad una de las primeras galerías de villanos no fue la de ningún superhéroe, sino la del inspector de policía Dick Tracy, que desde 1931 se enfrentó a malvados tan curiosos como Mummble, Big Boy Caprice, Prunceface, Flattop o Little Face. Todos ellos pertenecían al hampa en una época en la que las bandas mafiosas llenaban los Estados Unidos y desataban una violencia feroz en las calles, de modo que nadie mejor para combatirlas que un detective honrado, peleón y dispuesto a perseguirlas hasta el infierno si era necesario. La vieja historia del héroe y el villano, que sigue apuntalando la literatura y seguirá existiendo mientras haya quien escriba y quien lo lea.

Sin embargo, en los últimos tiempos surgen numerosas producciones dedicadas tan solo a los villanos y en las que ni siquiera se ve a ningún héroe: Joker, Venom, El Pingüino o Kraven, esta última aún sin estrenar. La dinámica es totalmente distinta, generalmente basada en los antecedentes del personaje y en por qué llegó a convertirse en quien ya sabemos. Suelen ser narraciones indulgentes, llegando a justificar sus actos debido a algún trauma infantil o a la búsqueda de un objetivo razonable ―una madre a la que proteger, una venganza que se va de la manos―. Ya no aparece esa dicotomía clásica del bien contra el mal, de blanco contra negro, sino que todos los personajes se mueven en un gris que evoluciona, en una moral adaptada a situaciones de crisis que son las verdaderas causantes del nacimiento del villano. La culpa ya no suya, o no por completo, sino que se reparte entre otro villano previo, la sociedad, la mala suerte o incluso el propio héroe ―o su familia― en un intercambio de papeles bastante forzado ―ese asunto de Thomas Wayne y Arthur Fleck que no llegaron a aclarar del todo―.

¿Son mejores unas narraciones que otras? ¿En realidad necesitamos un héroe para que funcionen?

Yo creo que el debate es distinto. Lo que de verdad tendríamos que preguntarnos acerca de estos productos es si queremos entender y justificar al villano y convertirlo en el elemento único de la narración. Si volvemos al ejemplo de la serie de Batman de los años 90, muchos de esos antagonistas defendían causas nobles ―Mister Frío buscaba un tratamiento para su esposa, Hiedra Venenosa se enfrentaba a los vertidos ilegales de las grandes empresas y Dos Caras perseguía a los que le habían desfigurado el rostro―, pero en ningún momento se dulcificaban sus actos. No había perdón para los crímenes que habían cometido y, por muy trágico que resultase, debían cumplir condena igual que cualquier otro. Ni las razones detrás de su psicosis ni lo colorido de su comportamiento les hacían dignos de un perdón instantáneo, ni de una excesiva comprensión de los espectadores. Sí, desde luego, habían sufrido enormes tragedias, pero seguían siendo criminales, y el hecho de que estuvieran dementes los hacía candidatos al asilo de Arkham y no a la prisión de Blackgate. Esa era la única diferencia.

Y luego están otros como el Joker, o como Fu Manchú en su tiempo, que directamente son malos porque quieren, sin ninguna otra historia detrás.

Una producción que entiende ese concepto es El Pingüino, una serie dedicada a las grandes familias mafiosas de Gotham, entre las que el protagonista se mueve con soltura, y desde luego no es ningún héroe. Engaña, traiciona, asesina y cava su propia tumba capítulo tras capítulo, aunque en su mentalidad todo lo haga por una razón.

Una vieja frase dice que incluso el peor de los villanos es el héroe en su propia historia, pero tampoco nos pasemos. Si solo hacemos caso a su historia, perderemos de vista quién es el auténtico héroe.

Más disgresiones, villanos y héroes de los que nadie se acuerda en este enlace de aquí.