Estos días se ha cumplido el cumpleaños número 72 de Christian Jacq, el autor más seguido y galardonado en el mundillo del Antiguo Egipto, tanto en el género de la novela histórica como en el ensayo. Por ello le dediqué este artículo en el periódico. Jacq posee más de 50 publicaciones a lo largo de su carrera, siempre centradas en la misma temática. Agatha Christie publicó más de 60 novelas policíacas. Emilio Salgari, más de 80 novelas de aventuras.
Casi todos los autores tienden a especializarse en cierto género y cierto planteamiento en su manera de escribir, lo que lleva a la segregación de su público, en una lógica relación de simbiosis. No es el mismo tipo de lector el que sigue a Danielle Steel (novela romántica) que el de Joan Manuel Gisbert (novela infantil-juvenil de aventuras), por poner dos ejemplos radicalemente distintos.
Pero ¿hasta qué punto debe un escritor ceñirse a esos condicionantes de su obra? ¿No puede, si lo desea, escribir hoy novela histórica, mañana erótica y pasado infantil?
Por supuesto que puede, la libertad del escritor está garantizada por ley (salvo que haya firmado un contrato renunciando a ella). Pero entonces ni libreros ni lectores sabrán qué esperar de él, y los primeros no tendrán ni idea de en qué estantería colocar sus obras ni los segundos dónde buscarlas. Y la incertidumbre es muy mala, sobre todo para los escritores no consolidados.
Lo primero que debe buscar un autor joven no es vender su libro, sino que los lectores sepan que existe y generar en ellos el deseo de leer lo que escribe. Eso dará lugar a ventas (o pirateos, pero ese es otro asunto) y, si logra convencerlos más todavía, a fidelidad. Una carrera sólida genera seguidores fieles que esperan con ansia cada uno de sus libros, se avisan unos a otros cuando va a aparecer, escriben reseñas en sus redes sociales y los recomiendan en Goodreads y en los clubes de lectura. Ese es el verdadero triunfo. Y para eso el autor necesita que el público sepa a qué atenerse, su público, que no será igual al de ningún otro. O quizá sí, o por lo menos parecido, por eso existen eventos como las recientes Jornadas de Novela Histórica de Verín, a las que acudieron escritores tan reputados como Santiago Posteguillo o José Luis Corral, y sus lectores se mezclaron durante unos días. Seguramente compartan público, porque su género y su estilo se parecen en algunas cosas, mientras que esas personas quizá no acudirían a un encuentro con Megan Maxwell, aunque ella también escriba tramas ambientadas en el pasado.
La constancia y la consistencia dentro de una obra ayudan a segregar lectores y a encontrar un público objetivo bien definido.
Para ello todo escritor tiene que tener claras varias ideas (cuatro reglas de oro que me dio Eva Mejuto en su taller de escritura ilustrada):
- Qué quiero publicar: género, subgénero, longitud, tono de la narración, lenguaje.
- En qué idioma: uno u otro tendrán diferentes mercados, lectores y ventas esperables.
- Para qué público: edad, sexo, ámbito, formación, expectativas.
- Qué puedo aportar a la literatura: qué novelas existen ya en ese nicho que quiero ocupar y en qué medida mi trabajo servirá para algo.
Elaborar una ficha de autor como esa, previa a empezar a escribir, servirá para que ese autor no consolidado evite rechazos, fracasos y frustraciones. Si con lo que sueña es con escribir novelas policiacas ambientadas en Inglaterra, tendrá que conocer a la perfección las obras de Agatha Christie y Anne Perry y aportar algo diferente (no necesariamente mejor, no tiene que ser mejor que ellas, porque seguramente no lo llegará a ser nunca, sino dar al mundo de la literatura algo que ninguna de ellas tenía: otra visión).
Un riesgo importante de esta marca de autor es la comodidad: si Christian Jacq sabe de antemano que va a conseguir un superventas con su nueva novela sobre Egipto, ¿alguien cree que en algún momento se atreverá a escribir una sobre robots? El riesgo de desconcertar a su público sería inmenso, y seguramente la propia editorial se lo desaconsejaría. Lo que muchos autores hacen, cuando quieren experimentar, es elegir un nombre distinto (como hicieron J. K. Rowling y Jean Giraud) o adaptar lo más posible esa experimentación a su trabajo previo (como cuando a Jacq le apetece escribir una novela policiaca y, en vez de innovar, la ambienta en el Antiguo Egipto). Ahí está la amenaza de la terrible zona de confort, que engulle y apoltrona al artista a una velocidad sorprendente. Por eso dice Alan Moore que, tan pronto como un artista tiene éxito con un género o una manera de escribir, en adelante debe hacer exactamente lo contrario o matará su creatividad.
¿Quién se atreverá a tanto?
Más consejos estúpidas, filosofías baratas e ideas sin sentido en este enlace.
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