Por Aaminah Quill, directora general de «Visit Nilidia».
Esta semana hemos recibido la grata noticia de que la Primera Ministra de Nilidia, la señora Ayesha Cartwright, se encuentra fuera de peligro y que en los próximos días será trasladada a planta. Abandonará así la fortificada Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Rey Abdel Haqq, donde ha permanecido desde el día 2 de mayo, bajo los cuidados del doctor Allan Amún y su equipo. Sin embargo, esta noticia ha desatado algunos de los mayores desórdenes civiles de los últimos años, hasta el punto que la ciudad de Basser se encuentra sumida en el caos. El ejército ha entrado en la ciudad con el fin de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, pero esa acción sólo ha desembocado en un recrudecimiento de las hostilidades. Actualmente podríamos haber llegado a una situación de guerra civil.
Suelo escribir estos editoriales desde la soledad de mi despacho en el edificio de «Visit Nilidia», en Nilur, de noche. Me gusta quedarme a solas con el mundo, cuando todos mis compañeros se han marchado a casa y el frenético barullo de la redacción se ha reducido hasta el mínimo. Me siento en mi escritorio, con varias pantallas encendidas frente a mí, y recapacito. Ahora mismo retransmiten en una de las pantallas las imágenes de la CNN sobre la violencia en el puerto de Basser, y puedo ver a un grupo de rebeldes destrozando casas, sacando a gente inocente a la calle y transportándola por la fuerza en camionetas, seguramente hacia alguno de los campos de internamiento que han levantado en el norte, a ambas orillas del río Isis. Los rebeldes obedecen a un grupo insurgente que se autodenomina «Setesh vive», y que se considera heredero directo de los antiguos dioses nilidios. En el portátil he conectado en directo el noticiario 24 horas de Qart Hadasht Televisión (nuestra emisora hermana), que está haciendo balance de las incursiones realizadas por el ejército en las poblaciones de Taur y Faher, mucho más al norte todavía, casi en la desembocadura del río. La situación es mala, muy mala, con el país desgarrado en dos bandos que se odian, y cuyas raíces se asientan en diferencias demasiado profundas. Es difícil que nuestra nación pueda salir adelante sin más.
«Setesh vive» tiene su base de operaciones en el sur, en la región de Fawar, donde las terribles condiciones de vida de la población minera ha servido de caldo de cultivo para la revolución. El gobierno, encerrado en Nilur y con su líder ingresada en el hospital, se ve incapacitado para frenar la violencia. El ejército se divide entre su intención de defender a la población civil y de contrarrestar los ataques, por lo que es evidente que este conflicto puede prolongarse durante largo tiempo.
La Primera Ministra sufrió un terrible atentado el pasado 2 de mayo que le provocó numerosas fracturas, hemorragias internas y un neumotórax que estuvieron a punto de costarle la vida. «Setesh vive» aprovechó para esparcir su ideología radical en este tiempo, levantando en armas a la población más deprimida contra un gobierno al que culpan de su estado. Se consideran responsables de la Primavera Árabe de 2011, de la que emanó el Estado de Nilidia tal y como lo conocemos hoy, y algunas de sus principales consignas han sido «Ésta es nuestra hora» y «Los hemos tolerado durante demasiado tiempo».
Lo que «Setesh vive» no dice, porque no le interesa, es que Ayesha Cartwright también proviene de esa Primavera Árabe, y ella sabe, igual que todas las mujeres de este país lo saben, que ésta es nuestra hora, la hora de reivindicarnos como individuos y de buscar que la situación en que vivimos cambie, pero no a través de la violencia. Eso nunca fue admisible.
En 2011 yo formaba parte de la Liga de Mujeres Nilidias, una organización no gubernamental que reivindicaba una mejora sustancial de los derechos de la mujer en este país. Eran los tiempos de la dictadura del general Abbas Amún, de la represión, la sharia como ley de Gobierno, el integrismo y la misoginia. Eran los últimos coletazos de la Guerra Fría, que se había terminado años atrás en todo el mundo menos aquí, y altos mandos de la CIA todavía se paseaban por nuestro país para garantizar sus intereses. No en vano habían sido ellos quienes depusieron al rey Abdel Haqq en los años 70 y posibilitaron la dictadura de Amún. Cualquier cosa para que empresas americanas se establecieran en la cuenca minera de Fawar, igual que empresas británicas lo habían hecho en el siglo XIX. Las dictaduras económicas no se diferencian en nada de las militares, las religiosas o las étnicas. Las purgas han sido exactamente las mismas en una época o en otra.
Curiosamente, el médico que ahora ha salvado la vida de la señora Cartwright es el sobrino de nuestro antiguo dictador. Nilidia siempre ha estado gobernada por familias de poder, primero familias otomanas que controlaban la vera del río Isis, después familias blancas que vinieron con el colonialismo. «Nilish», se les llamaba entonces, «Nilidiam British», un término que ahora se considera segregacionista y está prohibido.
En 2011 se produjeron los históricos movimientos sociales de Túnez, Egipto, Yemen, Libia, Siria y también Nilidia. Levantamientos más o menos pacíficos que entroncan con las protestas en Sahara Occidental un año antes, y con corrientes internacionales como Occupy Wall Street. Gracias a esos movimientos conseguimos deponer al general Amún y convocar elecciones libres, de la que proviene nuestro gobierno actual. No ha sido sin dolor, pena y sangre que hemos conseguido lo que tenemos. No ha sido gratis, nunca nos regalaron nada, y a las mujeres mucho menos. Las cifras de analfabetismo en la población femenina siguen siendo alarmantes, la pobreza, la falta de derechos sociales, la falta de libertad. Esa población del sur que ahora se cree las propuestas radicales de los rebeldes es la misma que vive sumida en la miseria y vende a sus hijas a ricos terratenientes del norte, que gracias a eso consiguen esposas nuevas cuando se cansan de las anteriores. Es la misma población que defiende la poligamia, la ausencia de voto femenino, la represión, las «comprobaciones de la virginidad» antes del matrimonio y otras prácticas igual de humillantes.
Yo formaba parte de la Liga de Mujeres Nilidias en 2011, sí, y Ayesha Cartwright también. Ella es nieta de uno de los principales integrantes del gobierno colonialista británico de este país, como bien recuerdan sus enemigos políticos, pero también es mujer, musulmana, universitaria, madre y esposa. Habla ocho idiomas con fluidez, escribe en revistas internacionales, dirige un curso en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Nilur y, por encima de todas las cosas, defiende los derechos de la gente. Ha abierto escuelas en el sur de Nilidia, ha construido carreteras, ha abierto blogs que cuenten la verdad de lo que está pasando y, por mucho que les fastidie a los terroristas, está viva.
Y eso cambia todas las cosas en esta guerra.
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