N. C. Wyeth, el pintor de piratas rabiosos, barcos en guerra y mares encrespados por la tormenta

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Complementando a mis anteriores artículos sobre la mejor novela clásica de aventuras, «La isla del tesoro», y sobre la serie (supuestamente) derivada de ella, «Black Sails» (artículos que podréis encontrar, respectivamente, en este enlace y este otro), hoy toca hablar del que está considerado como el mejor ilustrador de esta novela en todas sus ediciones, y posiblemente el mejor pintor de piratas de todos los tiempos (sólo rivalizado por el que había sido su maestro, el mítico Howard Pyle, que trabajó con autores como Mark Twain o Washington Irving, y fue autor del maravilloso «Howard Pyle’s Book of Pirates», publicado de manera póstuma en 1921): estoy hablando, por supuesto, de Newell Convers Wyeth, que ha pasado a la Historia como N. C. Wyeth.

Nacido en 1882 en Needham, Massachusetts, su familia paterna provenía de Inglaterra, mientras que la materna era de origen suizo, y el joven Newell se crió en una granja en el corazón de América, dedicando la mayor parte de su infancia a cazar, pescar y cabalgar. Los estudiosos de su arte han llegado a la conclusión de que gran parte del extremo realismo que aparece en las pinturas de Wyeth se debe a sus propias experiencias en libertad, hasta el punto que nunca solía requerir modelos para pintar, por ejemplo, una escena a caballo. Sin embargo, nada cambió tanto su vida como la admisión en 1902 en la Escuela de Arte de Howard Pyle, en Wilmington, Delaware. Por aquel entonces, Pyle ya se había convertido en el referente absoluto en pintura histórica, con obras tan significativas como «The Merry Adventures of Robin Hood of Great Renown in Nottinghamshire», de 1883.

Wyeth aprendió muchísimo de su estancia en la prestigiosa escuela, sobre todo el respeto por el trabajo artístico y por la verosimilitud de la obra. Se cuenta que Pyle solía incluir en sus lecciones visitas organizadas a lugares históricos significativos, así como dramatizaciones de hechos notables, incluyendo ropajes, armas y actitudes específicas, que los estudiantes tomaban como referencias. La luz, los encuadres, el movimiento físico… Wyeth se empapó de aquellas vivencias, pero al mismo tiempo no tardó en desarrollar su propio estilo, que difería en gran medida del del maestro. Mientras que Pyle dibujaba figuras llenas de nobleza y romanticismo, Wyeth se caracterizaba por la tensión, la rapidez y la permanente sensación de movimiento. Dos caras de una misma moneda, que son las historias de aventuras.

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En 1904, nuestro protagonista fue contratado por The Saturday Evening Post para ilustrar un relato del Oeste, y Howard Pyle, fiel a sus métodos, le recomendó que viajara a esos lugares que pretendía reflejar y los conociera de primera mano. Así, pasó años en el Oeste americano, trabajando como cowboy y cartero, y en contacto directo con los colonos yankees y los nativos, a los que después representaría en muchas de sus ilustraciones. Esto le valió un éxito cada vez mayor y un contrato con Scribner´s, una de las principales editoriales de la época. Scribner´s Classics fue la colección donde anidaron la mayor parte de sus trabajos más reconocidos, como las ilustraciones para las ediciones de «La isla del tesoro» (1911),  «Robin Hood» (1917),  «El último mohicano» (1919) o «Robinson Crusoe» (1920). Se cuenta que el compromiso que ponía en su trabajo era de tal grado que siempre leía el libro completo antes de ilustrarlo, y con frecuencia incluía detalles que no provenían del texto, sino más bien de su propia imaginación y del conocimiento que tenía de la vida salvaje.

Curiosamente, su éxito fue tan enorme que los encargos editoriales y publicitarios se sucedían en su mesa y le impedían dedicarse a su verdadera pasión: la pintura. Wyeth sostenía que la ilustración sólo era un trabajo, un encargo de alguien que esperaba que él supeditara su arte a unas condiciones, un tamaño o una narración previa, y por eso precisamente adoraba pintar, porque sólo entonces era libre. Con el paso de los años, muchos edificios oficiales le encargaron murales para adornar sus dependencias, mientras que grandes firmas como Lucky Strike o Coca-Cola deseaban contar también con su trabajo. En 1941 fue aceptado en la Academia Nacional de Arte. Había logrado el reconocimiento que deseaba.

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En su vida personal, Wyeth no sufrió la trágica vida que solemos asociar a un artista. Se casó en 1908 y formó una familia en una bonita granja en Pennsylvania, cerca del lugar donde tuvo lugar uno de los más importantes enfrentamientos de la Guerra de Independencia americana: la batalla de Brandywine (podéis encontrar información al respecto en este enlace). En esa época entabló amistad con numerosas personalidades de las letras, como F. Scott Fitzgerald. Tuvo cinco hijos, todos ellos importantes artistas, igual que su nieto y su yerno. Una familia ligada a la creación, la inventiva y la aventura en papel, que aún hoy perdura.

N. C. Wyeth murió en 1945 en un accidente de tráfico junto a su nieto. Para entonces ya había logrado lo que más le quitaba el sueño (y le quita el sueño a muchos artistas más): conjugar el éxito comercial con la reputación profesional, ser famoso y también respetado, pues la fama no siempre lleva aparejado el prestigio en su campo.

Y sin embargo él pudo hacerlo, a base de constancia, trabajo, voluntad y amor por lo que hacía. Estudió, creó y rompió moldes, siendo aún hoy nombrado como uno de los pilares de la pintura durante el siglo XX. Si buscas ilustraciones clásicas de novelas de aventuras, el nombre de N. C. Wyeth aparece en todas las listas (otro día hablaremos de Riera Rojas).

En la actualidad, la casa y el estudio de Wyeth están incluidos, desde 1997, en el Registro de Lugares Históricos de los Estados Unidos, igual que ya lo estaba el campo de batalla de Bradywine, que el artista tanto había admirado.

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Moraleja:

El éxito en tu profesión no debería ser un objetivo a conquistar, sino sólo un acicate para seguir aprendiendo, investigando y llevando los límites aún más lejos. Igual hasta consigues que el Gobierno de los Estados Unidos proteja tu casa.

 

Más autores, más novelas de aventuras y más locuras semejantes en este enlace.

3 comentarios en “N. C. Wyeth, el pintor de piratas rabiosos, barcos en guerra y mares encrespados por la tormenta

    1. Muchísimas gracias a ti. Es un placer compartir los sueños de aventura, en este caso en forma de ilustración. En concreto, mi favorita es la de Jim Hawkins abandonando la posada de su madre en busca del gran viaje de su vida (y en busca de su madurez, claro), aunque a ella le destroce el corazón. ¿Hay una representación mejor de lo que significa esta novela??

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  1. Pingback: Frank Frazetta, el hombre que aprendió a pintar para hacer sonreír a su abuela. – Gabriel Romero de Ávila

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