La importancia de lo inverosímil en el género de aventuras

El otro día tuve una conversación muy interesante con mi amigo C. Trataba sobre películas y series de moda, pero se puede extender a casi cualquier forma de arte. Me decía lo malas que le parecían muchas series que para mí son fundamentales, como Un asunto privado, El Cid o Águila Roja, y argumentaba que «no son nada creíbles, es que ni los propios actores se creen lo que están haciendo, ahí todo es histrionismo y sobreactuación, además de que los guiones son inverosímiles».

Le he estado dando muchas vueltas a esos comentarios desde que hablamos él y yo, teniendo en cuenta que esas obras se encuentran entre mis favoritas desde hace años, y no entendía que pudiéramos diferir tanto. Estábamos de acuerdo en el magnífico personaje que es Joel, coprotagonista del videojuego y serie The Last of Us, del que C remarcaba «cuánto transmite sin apenas hablar, solo con miradas y frases cortas, con esa actuación contenida y sobria».

Entonces me di cuenta de la diferencia entre las dos formas de pensar.

Desde hace años, las grandes superproducciones —tanto películas como novelas— han contado con enormes personajes que transmiten su compleja profundidad sin apenas tener necesidad de comunicarse con nadie. Una mirada oportuna, una frase cortante, una manera de actuar que deja en evidencia su dura lucha interior y lo extremo que resulta su día a día. Son seres difíciles de entender y la empatía del lector/espectador no es inmediata, pero, cuando se logra, dura para siempre. Aquí podríamos incluir a los vaqueros clásicos, los boxeadores, el Parker de Richard Stark o el Hartigan de Frank Miller.

Y luego está justo lo contrario, los histriónicos, los sobreactuados, los villanos de opereta que traman planes rocambolescos para dominar el mundo y los héroes innecesariamente dramáticos a los que todo se les hace cuesta arriba. El famoso peligro amarillo que envía cartas envenenadas o escorpiones metidos en una caja, el pretendido benefactor de la humanidad de cuya verdadera naturaleza solo sabe el héroe, el malo porque sí, la diva que solo busca su momento de gloria. La trama al completo se supedita a estos personajes, que no son tan complejos como los otros, y ahí precisamente es donde está su gracia, en lo básico del planteamiento, en la búsqueda de la diversión sin otras pretensiones, que tampoco hacen falta. Aquí podríamos incluir a todos los villanos del cómic, el folletín y las novelas pulp. Fu Manchú, Shiwan Khan y la galería de enemigos de Batman al completo forman parte de este grupo, igual que las locuras psicodélicas de Los 4 Fantásticos o todo lo que rodea a Flash Gordon. El género de superhéroes heredó esas locuras inverosímiles del pulp, que a su vez provenían del folletín, y que luego pasaron a los seriales radiofónicos, al cine y la televisión. Y nunca, en todo ese largo proceso, fueron creíbles.

Justamente la gracia de Fu Manchú es que podría acabar con sus enemigos en cualquier momento si enviara a algún secuaz a esperar en la puerta de su casa hasta que pasaran y dispararles dos tiros, pero entonces se perdería la magia, el romanticismo de las estrategias impensables. Recuerdo una ocasión en la que reemplazó a un alto cargo de las Naciones Unidas por uno de sus sirvientes, al que llevaba meses educando en las costumbres occidentales y realizando complejas intervenciones quirúrgicas para que pudiera hacerse pasar por él y que así todo el planeta obedeciese las órdenes que su amo le diera. La mano derecha de Goldfinger lanzaba un bombín que llevaba un disco de metal oculto en su ala. Doc Savage siempre acababa con la camisa rota y enseñando su poderoso tórax. Spiderman pasaba cada número llorando por su infortunada vida amorosa y el riesgo cardiovascular de su tía May. Y nada de eso tuvo sentido jamás.

Con las series de las que hablaba al principio ocurre algo parecido, ya que son orgullosas herederas de aquellas narraciones clásicas. El asesino ritual de Un asunto privado, la detective protagonista y su gracioso mayordomo recuerdan a los vodeviles de toda la vida. El héroe de Águila Roja también cuenta con un sirviente que conoce sus secretos y unos enemigos igual de estrafalarios, con enredos de madres perdidas y hermanos secretos, muy a la usanza de Dumas y sus mosqueteros. Y qué decir de la otra, El Cid, que incluso intenta darle verosimilitud al personaje menos creíble y más fantaseado de la narrativa hispánica, del que sabemos que muchos episodios que se han venido contado en los últimos siglos no ocurrieron jamás.

Y esa es, también, la grandeza de la ficción. Defenderé hasta mis últimas fuerzas el valor del realismo en las obras de arte, el trabajo de Antonio López y Miguel Delibes. Pero defenderé más aún la necesidad imperiosa de la fantasía para derrotar a este mundo gris en que vivimos, para domesticarlo y transformarlo en algo mejor. Daré mi voto a los villanos deformes, a los gigantes, los elfos, los viajeros del tiempo y los payasos. Creeré en los malos que no tienen traumas infantiles y simplemente son malos porque les gusta, y disfrutan explicando todo su plan al héroe de turno mientras se piensan que lo tienen atrapado.

Eso es parte fundamental de las creaciones que consumimos hoy en día, de nuestros gustos inconfesables y nuestra escala de valores. Y, más importante que todo eso, nos divierte muchísimo, que es realmente a lo único que aspiran.

Más peligro amarillo, ficciones inverosímiles y escalas de valores —o no— en este enlace.