¿Cuál es el mayor poder de un superhéroe?

Entre autores realmente prolíficos, y con obras muy significativas en su haber, es frecuente que otras creaciones más pequeñas no reciban la misma atención por parte de los medios, aunque esto sea injusto. Yo afirmo hoy que David Rubín ha escrito y dibujado uno de los mejores cómics de la historia de Superman, y ECC nos lo proporcionó gratis durante la pandemia. De hecho, aún puede se acceder libremente a sus páginas en la web de ECC Cómics, la editorial que lo hizo posible junto a DC, la casa madre.

Y lanzo esa idea tan arriesgada sobre Rubín porque ya hemos visto muchas aventuras del Hombre de Acero en las que se enfrenta a insectos gigantes, dictadores espaciales, gorilas mutados, duendes de otra dimensión o científicos locos con aires de grandeza. Hemos contemplado los vanos intentos de acabar con él que realizan villanos tan temibles como Lex Luthor, Brainiac, Metallo o el Juguetero bueno, vale, igual este último no es tan temible, aunque en algunas ocasiones sí lo ha sido―.

En cambio, pocas veces disfrutamos el verdadero poder de Superman, el más grande de todos y por el que se ha convertido en el mayor superhéroe: dar esperanza a la gente común.

A lo largo de tantos cómics, libros, películas, series de animación y de imagen real, hemos podido asistir a las proezas del Último Hijo de Krypton, que exhibe poderes tan increíbles como la capacidad de vuelo, la superfuerza, los sentidos aumentados o la supervelocidad. Y, gracias a ellos, combate a los malvados del mundo con un uniforme azul y rojo y un enorme escudo en el pecho con una S escarlata. Su rizo en la frente, sus ojos azules, su eterna sonrisa y su capa al aire lo han convertido en uno de los personajes más reconocibles, no solo para sus muchos lectores, sino también para los habitantes de su universo, que levantan la vista al cielo y gritan: «¡Es un pájaro!… ¡Es un avión!… ¡No, es… Superman!».

La principal particularidad de este héroe es su afán por dejarse ver, por lucir un uniforme colorido y demostrar al mundo que está ahí para ayudar a los demás, que es posible mejorar la sociedad ayudando al prójimo. Él no se oculta entre las sombras como Batman, no utiliza el uniforme genérico de una fuerza policial como Green Lantern, ni pasa corriendo como Flash. No, Superman se detiene, baja a la tierra y le dice a la gente común que tiene sentido albergar esperanza, que las cosas pueden mejorar cuando nos ayudamos los unos a los otros. Y ese mensaje, con toda su inocencia y ñoñería, sigue funcionando desde 1938, quizá porque sigue habiendo malvados y necesitamos que nos enfoquen con algo de luz.

En 2020, una terrible pandemia deshizo el mundo, terminó con incontables vidas y arrasó los pilares de nuestra sociedad de un modo completo. Nunca una enfermedad había sido tan transversal a todos los niveles ni había afectado a la propia estructura de lo que somos como grupo. Fue el mayor desastre que había contemplado nuestra generación y recuperarse costó esfuerzo, trabajo, fe y esperanza. En esto último, muchos artistas quisieron aportar sus obras de manera desinteresada: cantantes que organizaban conciertos gratuitos a través de YouTube o enseñaban sus coreografías a través de redes sociales, escritores que donaban sus libros o, como en este caso, dibujantes de cómic que creaban auténticas maravillas para el bien común.

En junio de 2020, ECC Cómics puso en marcha una bonita iniciativa para que los lectores recuperasen la confianza en su tienda habitual: regalar un cómic de un artista puntero y con un personaje de primer orden. En esa época, David Rubín ya era una estrella internacional por obras como El Héroe, Beowulf, El momento de Aurora West, La caída de la Casa West, Gran Hotel Abismo o Ether. ¿Y qué mejor personaje para devolver la esperanza que Superman?

El superpoder más importante: Una historia de Superman, Krypto y tu vecina, con Rubín como autor completo, es una historieta de 4 páginas que cuenta la historia de una cajera de supermercado en plena era COVID, una mujer paciente y entregada, que da lo mejor de sí incluso con la persistente mascarilla, que la aísla del mundo. Y, a pesar de todos sus esfuerzos, recibe la ingratitud de sus vecinos, los mismos que aplauden desde los balcones y a la vez le dejan una nota para que no vuelva al edificio. Doble moral. Gratitud y desprecio en la misma página de 9 viñetas. Las contradicciones de esa España sometida a un confinamiento que se iba liberando poco a poco ―y, en definitiva, la propia contradicción de los humanos, que se suelen mover con más frecuencia por el miedo, el odio y la agresividad―.

En mitad de esa angustia, aparece Superman, primero como una S enorme que lo llena todo, y luego como un tipo risueño, confiable y tranquilo en pleno caos. Su cuerpo musculoso no amedrenta, sino que aporta una tranquilidad que me recuerda a la que tenía siempre George Reeves, el actor de la serie de televisión de los años 50, un boxeador y deportista que se pasaba el día sonriendo y demostraba una enorme cercanía con los niños. Ese, al fin y al cabo, es Superman, y se nota en la historia.

Pero él no es el protagonista de este cómic, porque en realidad no tiene ningún recurso para enfrentarse al coronavirus y lo confiesa abiertamente: «Son tiempos duros para todos. Incluso nosotros, capaces de realizar tantas proezas, estamos con las manos atadas ante un enemigo invisible como este».

Pero, si impresiona escuchar la franqueza del superhéroe, mucho más conmueve escuchar lo que piensa de nosotros: «Esta pandemia saca a relucir lo mejor de cada uno… y también las sombras más oscuras que albergamos. Pero es tan solo miedo, debilidad. No maldad».

«En nuestra mano está el no rendirnos, el no ceder al miedo. El seguir luchando en el bando de los buenos. La empatía es el superpoder más importante. Ahora y siempre».

Esta me parece una de las mejores declaraciones de principios que ha tenido Superman en toda su historia. Y luego está Krypto, que me encanta cuando juega a perseguir palomas por los cielos de esa ciudad, que no es Metrópolis, sino una muy parecida a cualquiera de las nuestras.

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