Hay libros que disfrutas leyendo, hay otros que te cambian la vida, y luego hay algunos que te vuelven del revés, que te deshacen en tus componentes más primarios y te crean otra vez a su antojo. Algo así sucede con «Seda».
Construido como un maravilloso homenaje a la cultura japonesa, armados sus capítulos a modo de haikus, la belleza de este libro es absoluta. Su historia es mucho más visual que narrativa, hasta el punto que el lector capta la esencia del relato en mucha mayor medida que lo lee. Lo que transmite no es sólo una sucesión de conceptos sino de emociones, no hay personajes sino esencias, y el resultado global es de una paz completa que te transforma de arriba a abajo, sintiendo que has vivido una experiencia única e irrepetible. Nunca volverás a tener un libro como éste, porque no puede haber un libro igual.
Baricco es un autor diferente, un transgresor del lenguaje, que lo parte y lo reforma como cree conveniente. Su maestría es tan apabullante que sólo puedes contemplar lo que hace con la boca abierta, con la misma reverencia que si un troglodita descubriera de pronto lo que es un smartphone. Su trabajo es monumental, formado por novelas siempre breves pero impactantes, de ésas que no pueden tener 800 páginas porque carecerían de sentido. Él con 80 se basta para crear un brillante por el que no pasará el tiempo.
Éstos son libros para atesorar, para guardar sin mácula y legar a tus hijos, con el fin de que ellos también experimenten estas sensaciones maravillosas. Si lo haces así, al menos sabrás que has contribuido a que la especie mejore, en lo poco que está en tu mano.
Si existe algún dios allá arriba, rezo por que algún día me consienta la gracia de escribir siquiera una décima parte bien de lo que hace Baricco, de la manera en que él entiende el lenguaje y la literatura. Sólo con eso yo ya sería un monstruo.
Moraleja:
«Conoce bien los fundamentos de la escritura… el vocabulario, la sintaxis, los modos de armar una narrativa… y luego destrúyelos por completo, rediséñalos a tu modo, haz de la novela tu dios y sírvele con devoción, sin que nada más importe. Eso es lo que hacen los genios».