«Por los dioses», capítulo cuarto: Los Reinos Jóvenes

«¡POR LOS DIOSES!»

 LA HISTORIA DE NILIDIA (RESUMIDA) A TRAVÉS DE SUS MITOS

 

 Por Allan Walker, periodista e historiador.

Publicada originalmente en The New York Times Magazine el 9 de febrero de 1930.

La explosión demográfica de unos pueblos que buscaban sobrevivir a cualquier precio y la fragmentación de los grupos humanos empujados al nomadismo llevaron a la formación en Nilidia de numerosos reinos independientes alrededor del año 3000 a. C. De algunos tenemos verdadera constancia histórica, como sucede con Nilur y Rávenon, mientras que otros han sido popularizados por leyendas locales que han perdurado generación tras generación, sin que exista ningún documento que los avale.

Así ocurre con Murzak —que significa, literalmente, «El reino de un solo hombre»—. Según la tradición, Murzak era el mago más poderoso de su tiempo y el último superviviente de un pueblo de hombres—reptiles que habían luchado contra la humanidad, y perdido, al comienzo de los tiempos. Azura, el primer rey de los hombres, le permitió seguir vivo con tal de que nunca se volviera a cruzar en su camino, de modo que Murzak se exilió a las montañas de Hajuzah y formó un reino habitado tan sólo por él, del que era monarca y único habitante. Los más ancianos decían que en el reino de Murzak era donde se fabricaban las pesadillas que acosan a los hombres por la noche, ya que ése era el único momento del día en el que el brujo aún podía atacar a sus antiguos enemigos sin recibir la ira de Azura. También contaban que las almas de los grandes reyes nilidios iban a parar a Murzak por toda la eternidad, para enfrentarse a esas pesadillas en una batalla eterna, protegiendo a los hombres a costa de la paz del descanso.

Los héroes nunca tienen derecho a descansar, eso es algo común a muchas leyendas.

El reino de Extinta estaba habitado por todos los seres que habían fallecido desde que el mundo existe. Allí se reunían bestias primitivas, hombres de las cavernas y los antepasados de los habitantes de los pueblos actuales. Se suponía que Extinta se encontraba en todos los lugares a la vez —según otras versiones, en lo alto de una montaña protegida por una espesa niebla, igual que el Olimpo— y podía llegarse hasta allí mediante alguna clase de trance hipnótico, como hacían los chamanes. Esta creencia entronca con el culto a los muertos, los enterramientos rituales, el recuerdo de los antepasados —con la creación de pequeñas figuras que podían llevarse a cualquier parte, a modo de amuletos, algo muy común tiempo después en el mundo grecorromano— y el animismo. También se daba por hecho que Extinta estaba gobernada por los mejores seres de cada especie, fuera ésta cual fuese, con una suerte de meritocracia muy común entre los pueblos antiguos, que por tanto veían a sus dioses como una versión más elevada de sí mismos, con la misma estructura social.

Lady Iris Zimbalist consideraba que esta leyenda se encontraba también a la base de las muchas narraciones sobre mundos perdidos que han abundando en la literatura del siglo XIX y comienzos del XX. Islas remotas pobladas por dinosaurios, continentes subterráneos, ciudades halladas bajo el hielo de la Antártida… Es bien sabido que autores como Julio Verne, Edgar Rice Burroughs, lord Dunsany, Howard Phillips Lovecraft y Edward Bulwer—Lytton conocieron de primera mano las narraciones nilidias y egipcias de tiempos antiguos, ya que éstas se habían hecho muy populares entre los círculos literarios de sus respectivas épocas. Chistes y fábulas parcheadas que se usaban para animar las veladas de joyas, vino y música de la nueva aristocracia, y que estos autores solían transformar en argumentos para sus relatos, intercambiando con frecuencia notas entre ellos.

De igual modo que ocurrió con otra leyenda muy popular entre los pescadores del río Isis: la de los Navíos Blancos. A semejanza de la historia del reino de Extinta, se contaba que una flota de grandes embarcaciones de aspecto fantasmal recorría de noche el Isis, protegida por bancos de niebla y tripulada por las almas de hombres malvados, a los que los espíritus habían condenado a vagar para siempre —nótese aquí el aspecto de moralidad, que no aparece en Extinta, donde todos los seres habitaban en comunión con su entorno—. Si alguien era visitado por los Navíos Blancos o lograba divisarlos a lo lejos, su final estaba próximo, y pronto montaría en uno de ellos.

Siglos después, cuando una gran masa de población negra se mezcló con los nilidios originales —como consecuencia del comercio de esclavos provenientes de regiones al sur de Azura—, las leyendas también cambiaron, y se decía, como frase hecha, que, cuando una persona había pasado por un trance complicado que había puesto en peligro su vida o la manera en que la disfrutaba, era que «le habían visitado los Navíos Blancos». Lady Iris opina en sus libros que esta expresión debió sin duda de llegar a oídos de Lovecraft, el cual la utilizó como base para uno de sus relatos.

Como decimos, las migraciones han cambiado desde siempre la «geografía de los dioses». Como ejemplo tenemos el extraño caso del llamado «Templo de Shui Entinu», una versión del culto a la diosa Entinu —propio de las montañas de Kalarak, en el sureste nilidio— que fue hallada, sin embargo, bajo las ruinas árabes de la ciudad de Ranuhi, en plena costa norte. Las investigaciones dataron el hallazgo como edificado en la primera mitad del siglo XVII, sin duda obra de mujeres esclavas a las que se obligó a emigrar al norte y trabajar para familias ricas de Ranuhi, llevándose consigo sus creencias. El presente texto no pretende ahondar en tales pormenorizaciones y, si se desean más datos acerca de las corrientes migratorias, voluntarias o forzadas, lo más adecuado sería consultar la obra del etnógrafo Henri Jervé.

También de aquella época data la leyenda sobre el reino de las Águilas, que a día de hoy aún se sigue contando entre los pueblos nómadas del desierto de Azura. Según parece, el dios Setesh aceptó a los hombres de las dunas como sus sirvientes a cambio de un privilegio: sus almas nunca se mezclarían con las de otros seres y vivirían por siempre en su desierto, tomando la forma de águilas. Por eso este animal se considera sagrado y los alai lo emplean como tótem.

Los nativos de las aldeas situadas alrededor del gigantesco lago Braemar —llamado lago de Kinae antes de la dominación británica— creen que los cocodrilos del pantano albergan antiguos espíritus que dominaron la Tierra al comienzo de los tiempos, antes de ser derrotados por la pareja de dioses que formaban Raal y Shui —análogos de los Baal y Tanit fenicios—. En vista de las muchas víctimas que había ocasionado la ancestral guerra entre dioses del cielo y espíritus de la tierra, la diosa Shui lloró amargamente, y sus lágrimas se convirtieron en una lluvia torrencial que inundó el reino de los espíritus, sepultándolo bajo las aguas de lo que ahora es el lago. Los espíritus, incapaces de seguir luchando, renunciaron a sus lujosos palacios y se convirtieron en cocodrilos, alcanzando de este modo una paz duradera. Así, año tras año, las aguas del deshielo de las montañas de Hajuzah van a nutrir al lago Braemar, para que los espíritus nunca puedan liberarse de su encierro.

Al sur del lago, en la zona que ahora delimita la hamada de Azura, antes de dar paso a las dunas, es donde se cree que existía, hace muchos siglos, el reino de los Árboles que Caminan. Más antiguos que los hombres, estos árboles formidables podían desplazarse, aunque lo hacían muy despacio. Su sabiduría era enorme, ya que habían conocido diversas épocas de la historia del mundo. Sin embargo, todos ellos perecieron en la batalla contra los hombres, que necesitaban el lago para sobrevivir. Todos excepto uno: Kabún, el más sabio, que se aferró al suelo y se negó a que nadie lo moviera del reino que habían creado con tanto esfuerzo. Y cuando sus hermanos fueron destruidos por los belicosos humanos, Kabún llenó el aire con sus semillas y germinó en todos los lugares, incluso al otro lado del mar. Así fue como la vegetación se extendió por el planeta. Siglos después existió un gran árbol en esa región, al que los lugareños llamaban cariñosamente Kabún, y que fue clave en distintos episodios de la historia nilidia: se considera que fue el modelo sobre el que se ideó la bandera de la nación en 1580, la cual representa un álamo negro sobre fondo rojo; Yusuf Kembé, Padre del Estado, fundó allí la ciudad de Nilur y la nombró capital de Nilidia; por último, el árbol fue devorado por el terrible fuego que asoló Nilur en 1870 —y que se considera provocado por el Ejército británico para hacerse con la ciudad—. Ahora ya no existe ningún Kabún, y los más ancianos de Nilur avisan de que se acerca un desastre como consecuencia de ello, pues no se debe importunar a los espíritus, ni siquiera a los que viven fijos en la tierra y no se pueden mover.

Las más ancianas de la región de la costa norte cuentan la historia de un reino fantástico poblado por seres mucho más evolucionados que los hombres, que por aquel entonces no eran más que bestias. Sin embargo, las bestias son temibles en una guerra, y por eso derrotaban a cualquier enemigo que se les presentara —nótese la presencia constante de la guerra como elemento clave de muchas leyendas, apareciendo como motor de la evolución de los pueblos, tal y como luego opinaría Heráclito—. En un último acto de generosidad antes de extinguirse, estos seres portentosos regalaron a los hombres el lenguaje y la música, considerados por los nilidios como las dos cualidades que los separan de las bestias y los igualan a los dioses.

Por último, nombraremos la leyenda de la antiquísima guerra que libraron los hombres contra los espíritus primordiales, por la que los primeros se hicieron dueños del mundo y los segundos se vieron obligados a mostrarse únicamente a través de signos. De esta manera, los espíritus comenzaron a influir en el alma de los hombres, unos para atraerlos hacia el bien y otros hacia el mal, por lo que dicen los pueblos del Isis que cada corazón deberá librar su propia guerra y decidir por quién se quiere dejar influir. Así nacieron los mitos sobre espíritus buenos y malos, como los ghoul, súcubos, íncubos, los shazrah o los pastores de pueblos.

Un sinfín de leyendas, en definitiva, sobre los reinos que habitaron aquella Nilidia inicial, primitiva y dispersa, cuando la grandeza ya había desaparecido y sólo la necesidad de sobrevivir evitaba que ellos también se extinguieran. El siguiente paso lógico, como veremos en los siguientes capítulos, era que los grandes imperios de la época se fijaran en ella y decidieran saquear sus materias primas.

En adelante los dioses dejaron de ser propios y pasaron a ser los que les fueron prestando.

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