«¡POR LOS DIOSES!»
LA HISTORIA DE NILIDIA (RESUMIDA) A TRAVÉS DE SUS MITOS
Por Allan Walker, periodista e historiador.
Publicada originalmente en The New York Times Magazine el 2 de marzo de 1930.
Como dijimos en el capítulo anterior de esta crónica acerca de la mitología nilidia, muchos han sido los imperios que ocuparon el norte de África y levantaron asentamientos humanos, de los cuales proceden las actuales ciudades y provincias. Las localizaciones, los medios por los que éstas se comunican e incluso sus propios nombres son herencias de tiempos remotos, generalmente de imperios ya desaparecidos o, en el mejor de los casos, venidos a menos.
La mejor crónica que existe sobre este tema es el libro «El río serpiente», publicado en 1872 por sir William McKenzie, a su regreso del viaje en el que afirmaba haber descubierto las fuentes del río Isis —aunque en aquel entonces nadie le creyó—. En este capítulo seguiremos detalladamente su explicación.
En el caso concreto de Nilidia, aparecen cuatro principales colonizadores, que fundaron ciudades en cada una de las franjas climáticas que presenta el país, siguiendo el recorrido del río Isis, y que hoy se han convertido en los cuatro destacamentos provinciales:
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Al norte, la provincia de Ranuhi, que se corresponde con la zona de clima mediterráneo. Sus orígenes se remontan al reino de Nilum, de origen fenicio, arrasado por Roma durante la tercera guerra púnica, y también durante la guerra yugurtina. En la antigüedad se rezaba a la pareja de dioses Raal y Shui —análogos de los Baal y Tanit fenicios—, por lo que aún existen numerosos templos erigidos en su nombre, que muestran un desigual estado de conservación, fruto del escaso respeto por la arqueología de los sucesivos gobiernos nilidios. Hoy en día Ranuhi es un importante emplazamiento turístico para viajeros occidentales, con lugares típicos como la playa del Barquero o las islas de Pago —éstas últimas, pese a la constante presencia de piratas en el mar de Pago, tal y como lleva ocurriendo desde hace siglos, y a pesar de los continuos esfuerzos por combatirlos del Ejército otomano, primero, y ahora del británico—. El delta que forma el río Ranu en su desembocadura constituye el hogar de una numerosa población blanca de alto poder adquisitivo, a los que se conoce como nilish —«Nilidiam british», término acuñado a partir del asentamiento de familias británicas tras la guerra de 1870—. Esta zona es rica en vegetación frondosa y sobre todo en viñedos, de donde procede el muy valorado vino de la denominación de origen de Ranuhi. También son muy populares en esta zona las carreras de caballos y las exhibiciones de doma. Durante siglos fueron célebres en todo el mundo las yeguas de Ranuhi, por las que llegaron a pagarse auténticas fortunas.
La frontera natural de la península de Ranuhi está constituida por la cordillera de Zagah, que discurre por el noreste de Nilidia, aislando la península —por el este avanza el río Ranu, también llamado Isis Azul, hasta su desembocadura en el Mediterráneo—. Zagah fue desde siempre un muro impenetrable para las invasiones romanas que venían de Cartago, hasta que, durante las guerras yugurtinas, el cónsul Cayo Mario recibió indicaciones del rey Bocos de Mauretania —que había sido aliado de Nilidia y Numidia contra Roma, pero decidió traicionar a ambas— acerca de cómo cruzar las montañas a través de desfiladeros secretos. Así pudo llegar hasta el río Ranu y envenenarlo, causando la muerte de miles de ciudadanos nilidios. El rey Huyman II, apenado, decidió entregarse a Roma, dando su vida a cambio de la de su gente. Fue llevado a la capital y ajusticiado el mismo año que Yugurta, el 106 antes de Cristo. La cordillera de Zagah no presenció más guerras, y desde entonces acoge grandes extensiones de viñedos.
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La estepa nilidia es el siguiente hallazgo, en el centro de su territorio, dividida en dos por las montañas de Hajuzah, que discurren desde la cordillera de Zagah en dirección suroeste. Al este de Hajuzah se encuentra Nilur, la gran capital de Nilidia, mientras que al oeste de aquellos enormes picos encontramos, atravesada por el formidable río Isis, la ciudad de Basser. En esta región el clima es árido, con una vegetación escasa adaptada a la ausencia de lluvia —aunque, cuando llega, suele ser en forma torrencial—. Sólo la vera del Isis produce tierras fértiles, en las que crecen jardines de una belleza incomparable. No sin razón ha habido pueblos asentados en sus orillas desde tiempos inmemoriales. El reino de Rávenon, uno de los más antiguos de los que la Humanidad tiene constancia, se estableció en el lugar donde ahora se yergue Basser, y guardó una fructífera relación de intercambio comercial con el Egipto de los faraones. Ambos pueblos rezaban a la diosa Isis, y así compartieron tradiciones, fiestas y días sagrados, durante largo tiempo, hasta que Roma los aplastó a todos.
Nilur, en cambio, es una ciudad muchísimo más moderna, fundada por los primeros conquistadores otomanos en torno al año 1580, de cuando data la creación de Nilidia como nación, bajo el gobierno del sultán Murad III. Mientras Basser es una ciudad bordeada de montañas cuya principal vía de comunicación es el río Isis, Nilur se halla en zona abierta, en mitad de la estepa, lo que hacía que cualquier enemigo que se aproximase pudiera ser contemplado desde larga distancia. Así, el Imperio otomano construyó allí una gigantesca fortificación desde la que podría gobernar todas sus posesiones en África, sin miedo a ser repelido por ningún otro ejército. Con el tiempo, esa fortificación se ha transformado en una ciudad de funcionarios y palacios reales, en la que nadie en su sano juicio desearía vivir.
Basser se declaró ciudad – estado independiente en 1852, tras la revolución popular que depuso al gobernador Yaluf y acabó con la vida del virrey Deleh, y volvió a formar parte de Nilidia en 1902. Desde entonces está regida por un consejo de familias de comerciantes que monopolizan el tráfico a través del río Isis, enriqueciéndose a costa de todos los bandos.
Al sur de Basser se halla el lago Braemar —nombrado así en honor de sir Adhamh de Braemar, conquistador de Nilidia, pues anteriormente se conocía como lago Kinae—. El río Isis desemboca en el lago Braemar por su orilla sur, junto al caudaloso río Magara —que proviene de Níger—, y una única corriente brota de la orilla norte del lago en dirección a Basser. En 1872, sir William McKenzie puso nombre a estos trayectos del gran río Isis: antes de su llegada al lago Braemar, se denomina Isis Rojo, por el color de la tierra que atraviesa; entre el lago y Basser, recibe el nombre de Isis Verde, por los frondosos jardines que crecen en sus orillas; y finalmente desde Basser hasta Ranuhi se le conoce como Isis Azul o río Ranu, por el mar en el que va a morir. Todos estos trayectos son navegables, y por tanto conocidos desde hace siglos. Los bajíos de Zulaiman, al sur de Basser, acogen uno de los mayores puertos deportivos del país, junto al de Ranuhi, y en él se inicia la prueba de descenso del Isis, en la que participan cada año cientos de embarcaciones de todo el mundo —y que discurre desde Zulaiman a Ranuhi, pasando por la isla de Agruma, frente al puerto de Basser—.
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Las montañas de Hajuzah sirven de frontera natural entre la estepa y la zona desértica de Azura, al sur de Nilidia. El último lugar civilizado es Fawar, famoso por sus inagotables minas de carbón y piedras preciosas, descubiertas por los romanos —que bautizaron al lugar como Pristia, una región con escasos chamizos de paja y una vida miserable—.
La mayor parte de este interminable desierto está formado por las tierras rojas de la hamada, llanura pedregosa con escasa arena, también denominada reg —en contraposición al erg o desierto de dunas, de menor extensión, aunque más popular—. El desierto de Azura es uno de los lugares más inhabitables del mundo, con temperaturas que superan los cincuenta grados centígrados y una escasísima vegetación. Las especies animales y la flora están adaptadas a estas terribles condiciones climáticas, al igual que su población, dispersa en pequeños núcleos tribales. Los amos de esta región infernal son los alai, los míticos jinetes nómadas de los que hablan todas las gestas. De origen indeterminado sumido en el misterio de las leyendas africanas, se dice que ellos custodian un tesoro de valor incalculable que yace en las profundidades del desierto, pero nadie que no sea un alai sabe cómo llegar hasta él. Y los alai poseen unos valores tan profundos que jamás se apropiarían del tesoro. Adoran a Setesh, dios de las dunas, los oasis, los corceles y las águilas, y cuentan viejos mitos en torno a las hogueras, compartiendo el calor del fuego frente a lo gélido de sus noches.
El desierto de Azura se une al del Sahara por el sureste, extendiéndose de manera ininterrumpida hasta llegar al cinturón de transición que supone el Sahel. África entera se parte en dos por la aridez del desierto, donde no hay más hombres que los Hijos de los Dioses, como se denominan a sí mismos los alai.
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Pero por el suroeste la situación es muy distinta. Más al sur que cualquier otro territorio nilidio —aunque ellas se niegan a considerarse nilidias— está Opar. La oscura y sangrienta Opar, la de los aullidos salvajes en la noche, los ritos caníbales y una suma sacerdotisa inmortal. Opar, cuna de los diamantes más valiosos del mundo y de los peligrosísimos Hombres Leopardo, a los que ningún ejército ha logrado derrotar jamás. Protegida tras las montañas de Kalarak, fuente del río Isis, Opar es la región más extraña del mundo, de donde ningún espía ha regresado vivo, y su reina —personificación de la diosa Entinu, o Kho según dicen otros— gobierna con mano de hierro.
Pero de Opar hablaremos en el próximo capítulo de esta crónica, cuando comentemos la delirante vida de lady Iris Zimbalist, la única conquistadora de África que nunca salió de su propio país.