La otra noche volví a ver «Destino oculto», una película que en mi memoria guardaba con un recuerdo especial, y esa sensación se confirmó plenamente. Es sencillamente deliciosa. Protagonizada por Matt Damon y Emily Blunt, trata sobre un fallido candidato al Senado de los Estados Unidos que casualmente conoce a una bailarina de ballet clásico durante la noche en la que se enfrenta a su desastre electoral. Ambos se enamoran al instante, y el resto de la historia consiste en los esfuerzos que tienen que realizar para estar juntos, enfrentándose a un grupo de agentes del destino que manipulan los hechos casuales del día a día entre sombras, de acuerdo con un extraño plan global para toda la humanidad. Al ser descubiertos, esta especie de «funcionarios de Dios» plantean la conveniencia o no de que el hombre sea libre para elegir por sí mismo, exponiendo los desastres que han ocurrido en el mundo cuando esto ha sido así (guerras, plagas y unos cuantos horrores más). Por tanto, en vista de eso, existe un plan detallado de lo que debe ser cada vida, y nadie se puede salir de él.
No destriparé el final de la historia, pero os aseguro que es precioso.
Basado en un relato de Philip K. Dick, esta película sirve para plantear lo que el otro día opinaba yo mismo en un debate en Internet: los géneros están para aportar riqueza a una historia, pero no son la historia en sí misma. Los géneros son el decorado de la historia, los añadidos que te permiten pulir el conjunto, no su base. Por ejemplo, estos días estoy trabajando en un relato que trata sobre la venganza de una mujer herida por perder a su gran amor a manos del mejor amigo de éste. Siguiendo esto que planteo, vemos que igualmente puede ser que los amantes sean brujos y el amigo un inquisidor que los persigue, o el amante sea un robot que descubre que quiere convertirse en humano y el amigo sea su constructor, o que la chica sea una corista en el París de los años 20 y el asesino un pintor despechado. Los géneros añaden riqueza, no sustentan la historia.
En realidad toda la ciencia ficción, y también la fantasía, son sólo grandes metáforas de las emociones humanas, y de cómo explicarlas de una manera radicalmente distinta (por cierto, mi versión es la de los brujos).
El hecho de incluir agentes de un plan superior aporta una visión diferente al clásico planteamiento de «pareja luchando contra un destino preestablecido», que bien podría provenir de las fórmulas medievales del amor cortés, o de aquella leyenda oriental del hilo rojo que unía a los amantes destinados a pasar juntos la vida. ¿Acaso hay diferencias? ¿Qué importa que haya robots, o duendes, o lagartos gigantes provenientes de otra dimensión, si en el fondo todas las historias son la misma, repetida una y otra vez?
Dicen que en «La Ilíada» y «La Odisea» están contenidas todas las historias de la Humanidad, y los escritores sólo nos dedicamos a reinterpretarlas de vez en cuando, para adaptarlas a nuestro momento personal (poniendo tablets en vez de lanzas y a Google en lugar de los dioses del Olimpo, pero el fondo es el mismo). Por eso las etiquetas son ridículas si les damos más importancia que al libro en sí, y por eso las mejores historias son las que no se adaptan a ningún género, o se los saltan a la torera.
Por eso «Watchmen» nunca fue realmente un cómic de superhéroes, y por eso Alessandro Baricco se decidió a reescribir «La Ilíada» en forma de monólogos teatrales (que ya hay que tenerlos bien puestos).
En lo personal, «Destino oculto» me enseñó que nunca hay que rendirse con lo que te traiga la vida, porque en el fondo la vida está manipulada por un señores muy serios vestidos con traje y sombrero, a los que en realidad no les importas demasiado (¿alguien dijo banqueros? No, que hoy en día ya nadie lleva sombrero…). Me enseñó que tú vales más que tu destino y que ningún hilo rojo, y que las casualidades a veces encierran maravillosas posibilidades de futuro, de ésas que te hacen feliz. Un café derramado, un negro con capacidad para manipular el tiempo o un aspirante a senador… un idiota que estudió Medicina y ya ha escrito dos novelas, y cada día sabe menos de la vida, de los sentimientos y del dichoso hilo rojo del que hablan los chinos. La felicidad está a la vuelta de la esquina y tú también te la mereces… si dejas que llegue.