Hoy hablaremos de una historia muy especial, un cuento lleno de ciencia, espiritualidad, literatura y legado, pero también de ríos de alcohol, sexo y lucha por el poder, e incluso puede que también aparezca una vampiresa que envenenara a nuestro protagonista. Eso ya lo veremos.
El lugar es Mongolia, en el siglo XIX, que por entonces se hallaba bajo el gobierno de la dinastía Qing. Lejos quedaba el recuerdo de Gengis Khan y el Imperio mongol, o de su nieto, Kublai Khan, de quien fue consejero el gran viajero veneciano Marco Polo. Kublai Khan fue el primer emperador de China y formó la dinastía Yuan, que gobernó desde el año 1271. También fue el primer mandatario mongol en convertirse al budismo, en concreto al budismo tibetano, lo que dio pie a un auge formidable de esta religión, aunque las demás eran toleradas sin mucho problema.
Esto se mantuvo de forma más o menos estable hasta la Revuelta de los Turbantes Rojos, en 1351. Empobrecidos por unos impuestos desmesurados y las frecuentes inundaciones que causaba el río Amarillo, numerosos agricultores de la etnia Han se levantaron en armas contra la dinastía Yuan. Tales acciones eran instigadas en secreto por la Sociedad del Loto Blanco, secta budista que era abiertamente contraria a los mongoles. Estos rebeldes solían usar cintas y turbantes de color rojo para identificarse, por lo que esas prendas enseguida se convirtieron en símbolos de su movimiento. Tras diversos enfrentamientos por el liderazgo, el Ejército de los Turbantes Rojos quedó en manos de un pobre campesino de nombre Zhu Yuanzhang, que resultó ser un brillante estratega y logró expulsar a los mongoles en 1368, proclamándose emperador con el nombre de Hongwu («Extremadamente militar», en chino). En 1382 reunificó el país, que por primera vez era gobernado por los Han, etnia mayoritaria pero que hasta entonces siempre había estado sometida a otros grupos. Era el comienzo de la dinastía Ming.
(Todo este párrafo no tiene nada que ver con la historia del lama de Gobi, pero la tentación de usar nombres tan fantásticos como el Ejército de los Turbantes Rojos y la Sociedad del Loto Blanco era demasiado grande como para que mi pobre voluntad de escritor de novelas de aventuras pudiera resistirse)
Tiempo después, en 1644, los Ming perdieron China en favor de la dinastía Shun, y éstos a su vez, el mismo año, en favor de los ejércitos formados por los nómadas yurchen (rebautizados manchúes en esta época, y de donde provendrá el nombre de Machuria), que dieron lugar a la dinastía Qing. Así es como llegamos a la que sería la última de las dinastías imperiales chinas, que gobernó entre 1644 y 1912, y al nacimiento, en 1803, de Dulduityn Danzan Ravjaa (o Danzanravjaa, según las fuentes), nuestro lama en cuestión.
Proveniente de una familia extremadamente pobre, y habiendo fallecido su madre al poco de dar a luz, Ravjaa quedó al cuidado de su padre, un brujo y sanador conocido como Dulduit, de quien aprendió los primeros misterios. Ambos vagaban por Mongolia, alrededor del desierto de Gobi, cantando y bailando a cambio de unas pocas monedas, y pronto empezaron a hacerse célebres las habilidades curativas del niño, igual que su pericia escribiendo poemas y canciones. En 1812, en Ikh Khüree, capital de Mongolia (actual Ulán Bator), Ravjaa fue reconocido como el quinto Noyon Hutuktu, «el Lama de Gobi». Este título es uno de los más admirados entre los tulkus o maestros del budismo tibetano, concretamente de la tradición Nyingma, la más antigua de las escuelas de enseñanza budista. Nuestro protagonista y su padre acudieron a la ciudad-monasterio de Ikh Khüree, donde el sabio Lobsang Tubten Wangchuk, conocido como el cuarto Jebtsundampa, reconoció las señales en el chico y dictaminó que, en efecto, se trataba de la quinta encarnación del Noyon Hutuktu. Así, el joven Ravjaa fue venerado y a la vez siguió aprendiendo, cada vez con hombres más sabios.
Sin embargo, la dinastía Qing había ordenado la persecución de quien fuese nombrado quinto Noyon Hutuktu, y eso le granjeó poderosos enemigos durante toda su vida (y de ahí la historia de la vampiresa asesina, aunque todavía no hemos llegado tan lejos).
Ravjaa pronto adquirió gran reputación como poeta, filósofo, astrólogo y médico, llegando a escribir numerosos tratados en esas disciplinas. Fue lo que llamaríamos un «hombre del Renacimiento», pues también pintaba, recitaba y representaba obras de teatro con una compañía fundada por él mismo, llamada Saran Khukhuu. Se le atribuyen más de trescientos poemas, más de cien canciones, guías de medicina y filosofía e incluso una obra de teatro propia, el drama «El cuco de la luna», que sería prohibida por el gobierno. Dentro de su repertorio, es especialmente célebre la canción «Ulemjiin Chanar», una de las más populares y apreciadas dentro del folklore mongol. Su letra alaba la belleza de la mujer de Mongolia, y se le atribuyen propiedades místicas tan elevadas que se dice que cantarla con el corazón proporciona tantos beneficios al alma como rezar diez mil oraciones a la deidad tibetana Jetsun Dölma. Reproduzco aquí su letra, para comprobar si es cierto:
Үлэмжийн чанар төгөлдөр
Өнгө тунамал толь шиг
Үзэсгэлэнт царайг чинь
Үзвэл лагшин төгс маань
Үнэхээр сэтгэлийг булаанам зээ
Хөшүүн сэтгэлийг уяруулагч
Хөхөө шувууны эгшиг шиг
Хөөрхөн эелдэг үг чинь
Хүүрнэн суухад урамтай
Хөөрхөн ааль мину зээ
Учирмагц сэнгэнэсэн
Уран гол шиг бие чинь
Угаас хамт бүтсэн
Улаан занданы үнэр шиг
Улмаар сэтгэлийг хөдөлгөнө зээ
Бадмын дундаас дэвэрсэн
Балын амт адил
Баясгалант ааль чинь
Бахдаж ханашгүй
Баярыг улам арвитгана зээ
Pero no todo podía ser paz. La persecución a la que lo sometió el gobierno resultó en ocasiones muy peligrosa, teniendo que cambiar de residencia cada poco tiempo y a veces refugiarse en cuevas para evitar ser capturado. Ravjaa era repudiado por muchos, pero eso no le impidió mostrar su rechazo a las diferencias entre clases sociales y sexos, apostando por una enseñanza de calidad, indistinta para hombres y mujeres, gratuita y sin implicaciones políticas. En 1820 construyó el monasterio de Khamar (Khamariin Khiid), en el desierto de Gobi, cuyas paredes albergaron el primer museo de Mongolia, una biblioteca pública, una sala de poesía, un teatro público (el llamado Namtar Duulakh Datsan, donde se formaban los actores que luego se incluirían entre las más de trescientas personas de su compañía) y una escuela no religiosa para niños, de nombre Khuukhdiin Datsan, donde se daban clases en tibetano y en mongol.
En el ámbito religioso, Ravjaa se dedicó a enseñar a una enorme cantidad de monjes en su templo, y trató de acercar posturas entre dos de las principales tradiciones del budismo: Nyingma (también conocida como «la Orden de los Bonetes Rojos») y Gelug (o «de los Bonetes Amarillos»). Ya vimos que Ravjaa pertenecía a la primera, también llamada «la escuela antigua». Como curiosidad, diremos que esta escuela no prohíbe a sus seguidores el consumo de alcohol ni las relaciones sexuales. En ambas cuestiones, se dice que Ravjaa era un practicante habitual, organizando frecuentes celebraciones donde se llegaba a todo tipo de éxtasis religiosos, propiciados por el alcohol y el sexo desenfrenados. Las cuevas que rodeaban el templo fueron escenario de rituales de toda clase. Es más, en su memorias, Ravjaa narraba que había combatido a muchos demonios durante esos eventos, había curado a personas enfermas y había conversado con deidades, visitando planos de existencia muy superiores al nuestro. Se cuenta que un día todos los estudiantes que asistían a una de tantas celebraciones enloquecieron al mismo tiempo, poseídos por un espíritu maligno tremendamente poderoso; Ravjaa tuvo entonces una visión de sí mismo como el dios-caballo Hayagrīva, y ambas entidades lucharon hasta que la primera resultó vencida por la fe del lama. A la mañana siguiente aparecieron unas pisadas de caballo grabadas en la roca de la montaña que rodeaba al templo, como pruebas de la batalla.
Estas grandes fiestas fueron aprovechadas por sus detractores para calificarlo como borracho y salvaje, ya que la sociedad conservadora reprochaba sus actos, pese a que él afirmara que le servían para transmitir enseñanzas tántricas a sus discípulos. En diversas ocasiones sus monjes le advirtieron de los intentos de asesinato que estaba llevando a cabo el gobierno, y de los que conseguía librarse por poco. La sociedad estaba polarizada: unos lo veneraban, otros buscaban su muerte.
Ravjaa falleció en 1856 en circunstancias inexplicadas, a la edad de cincuenta y tres años. No existen pruebas al respecto, por lo que nunca sabremos si fue asesinado, se suicidó o fue todo un extraño caso de muerte natural. La tradición oral tibetana afirma, sin lugar a dudas, que se debió al veneno de una de sus amantes, apropiadamente pagada por el gobierno. Y también refiere que, al notar que estaba muriendo, Ravjaa se sentó en su mesa de siempre y escribió el hermoso poema «La ley de la dama universal», dedicado a la frialdad de quien acababa de arrebatarle la vida.
Después los Qing se abalanzaron sobre la congregación entera, con una voracidad inmensa. El sexto Noyon Hutuktu fue encontrado muerto poco después, y el séptimo fue arrestado y ejecutado. El templo quedó vacío. Los inmensos logros artísticos y de investigación se perdieron. Y nadie fue capaz de oponerse a los Qing hasta su caída en el año 1911, cuando Mongolia se declaró país independiente. Sin embargo, para entonces la persecución a los discípulos de Ravjaa ya había terminado con una parte importante de su legado.
Lo que los Qing no sabían era que Ravjaa había predicho todo aquello a lo largo de los años, pues afirmaba sufrir de visiones apocalípticas desde 1825, en las cuales adivinaba el ataque al budismo y su esparcimiento por el mundo. Cuando el maestro murió, uno de sus discípulos más queridos, Balchinchoijoo, estaba aleccionado para salvaguardar en cajas de madera los objetos más preciados del museo que albergaba el templo, y a continuación los enterró en distintas localizaciones del desierto de Gobi. El mapa donde estaban dibujados los emplazamientos de esas cajas pasó de padres a hijos durante décadas, custodiándolo como un deber sagrado durante la ocupación de Mongolia por parte de la China comunista, y después por parte de la Unión Soviética. Muchos grupos religiosos sufrieron persecuciones similares durante esos períodos, y así, por ejemplo, resultó destruido el mítico monasterio de Khamar y sus monjes fueron sometidos a terribles purgas, pero el mapa siguió a buen recaudo. Incluso uno de los custodios, de nombre Tudev, colocaba trampas por las noches en los escondites para que nadie más que ellos pudiera recuperar los valiosos objetos de sus antepasados.
Sólo tras la caída del régimen comunista, Altangerel, el nieto de Tudev, reveló dónde estaban escondidos esos tesoros, con los que pudo reconstruirse el monasterio de Khamar y reabrir el museo en su interior, tal y como siempre quiso Ravjaa. Actualmente el lugar alberga numerosos objetos que muestran la forma de vida de aquellos tiempos, como las vestimentas utilizadas en las representaciones teatrales, manuscritos, flautas hechas a partir de huesos humanos y tambores o copas fabricadas con cráneos. Un mundo mágico, un lugar de experiencias tántricas muy por encima del nuestro, que estuvo a punto de perderse.
Aún falta mucho para que el templo recupere el esplendor que tuvo antaño, pero el gobierno de Mongolia está poniendo su empeño en conseguirlo. Tal vez algún día pueda existir otra vez una gran escuela pública, mixta y aconfesional, como la hubo en el siglo XIX. Quién sabe. Tal vez Ravjaa lo predijo en su tiempo, y sólo es cuestión de esperar a que se cumpla.
Más «historias asombrosas de la vida real» en este enlace.
Pingback: 10 asombrosas aventuras en lugares exóticos que descubrimos durante este 2017. – Gabriel Romero de Ávila