Píldoras de historia: El día en que murió Abraham Lincoln

Tal día como hoy de 1865 fue disparado en el Teatro Ford el decimosexto presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, en un acto de terrorismo llevado a cabo por el actor John Wilkes Booth y que pretendía cambiar de signo el inminente final de la Guerra de Secesión Americana.

Lincoln había basado toda su vida política en la abolición de la esclavitud, hecho histórico que hasta ese momento sustentaba gran parte de la economía estadounidense, sobre todo en las enormes plantaciones del sur. Hay que tener en cuenta que la esclavitud había sido una actividad permanente durante toda la historia de la humanidad y en especial en el continente americano, que se había levantado sobre las espaldas de innumerables esclavos negros, transportados en barcos negreros desde África en unas condiciones terribles.

Su situación era insostenible por más tiempo, pero muchos Estados no consideraban que supusiera un problema y de hecho su posicionamiento acerca de la cuestión de la esclavitud y el movimiento abolicionista separó dos bandos: los Estados del norte se manifestaron claramente abolicionistas —instigados por Lincoln y otros pensadores—, mientras que los del sur pretendieron mantener sus políticas esclavistas y decretaron su independencia de los Estados Unidos.

Así fue como empezó la Guerra de Secesión Americana, en 1861, entre los Estados Confederados del Sur y los Estados de la Unión. El conflicto se mantuvo durante cuatro años, hasta que los ejércitos de la Unión eliminaron cualquier tentativa bélica, como ocurrió finalmente en las decisivas batallas de Five Forks, Petersburg y Richmond, lo que llevó a la rendición del general Robert E. Lee en Appomattox el 9 de abril de 1865. La Unión había triunfado y el esclavismo iba a desaparecer.

Ese mismo año, el Gobierno redactó la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que dice así:

«Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto».

Los simpatizantes del sur estaban desesperados por tomar alguna medida que cambiara los hechos. John Wilkes Booth, un actor de teatro nacido en Maryland —un Estado cuya población apoyaba abiertamente la causa confederada, aunque permaneciera dentro de la Unión—, ya había planeado secuestrar al presidente Lincoln el año anterior, como una forma de liberar a oficiales del sur. Sin embargo, la rendición de Lee hizo que sus empeños tuvieran que volverse mucho más desesperados.

En la noche del 14 de abril, Abraham Lincoln y su esposa acudieron al Teatro Ford, en Washington D. C. Booth se coló en el palco del presidente —valiéndose de su trabajo como actor y de su amistad con los dueños del teatro— y disparó en la cabeza a Lincoln con una pistola Derringer. Después se descolgó del palco agarrado a un telón, aunque con la caída se fracturó un tobillo, y a duras penas se dio a la fuga, mientras gritaba una frase que ya se había convertido en legendaria: «Sic semper tyrannis» («Así siempre a los tiranos»). La tradición afirma que esta fue la última frase que dijo Bruto a Julio César durante su asesinato y por ello se había convertido en una consigna universal contra la tiranía. De hecho era el lema oficial de Virginia desde casi un siglo antes.

Agonizando, Lincoln fue trasladado a una pensión que se encontraba enfrente del teatro, pero nadie pudo hacer nada por él. Murió a las siete de la mañana, rodeado de toda su familia y los altos cargos de los Estados Unidos.

Booth fue identificado en una granja el 26 de abril y, ante su negativa a rendirse, abatido por miembros del ejército. Otras ocho personas fueron arrestadas, encontradas culpables y condenadas a morir en la horca.

El intento de Booth de terminar con la causa abolicionista tuvo el efecto contrario. El Sur se rindió por completo y Lincoln fue alabado como un mártir de la libertad y la democracia. Recibió sepultura en Springfield, Illinois, y Andrew Johnson se convirtió en el decimoséptimo presidente de los Estados Unidos. El Teatro Ford nunca volvió a funcionar como tal y en 1968 fue convertido en museo del asesinato de Lincoln.

En 1922 fue inaugurado el Monumento a Lincoln en Washington D. C. y su figura se hizo universal, igual que sus palabras en momentos clave, como el discurso de Gettysburg, que quedará para la historia:

«Somos nosotros, los vivos, quienes debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron la última medida colmada de celo. Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra».

Hoy se cumplen 155 años del asesinato de Abraham Lincoln, pero todas sus buenas ideas siguen vigentes en la actualidad.

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