
Desde el año 2006, se celebra en España, y posteriormente en todo el mundo, el Día del Orgullo Friki —Geek Pride Day, en inglés—. Esta festividad tiene la intención de popularizar una forma de pensamiento imaginativo, solidario y asociacionista, que nace de las viejas leyendas y abarca distintas generaciones.
Superhéroes, stormtroopers, orcos, zombies, camisas rojas o cazadores de monstruos se unen hoy en una celebración común, de la misma forma que antiguamente se reunían las tribus en torno a una hoguera y se contaban sus historias. Es el día de los gamers, los trekkies, los muggles y unos cuantos grupos más, miembros de una comunidad creciente, que ha visto cómo sus planteamientos salían a la luz y se convertían en la generalidad. Hoy en día todo el mundo sabe dónde nació Thor, quién era el portador del Anillo Único o qué reglas no debe saltarse un gremlin, pero hace un tiempo ese conocimiento formaba parte de una especie de culto secreto. Los frikis éramos una subespecie rara, con un idioma propio y reuniones clandestinas para hablar de «nuestras cosas» —generalmente el nuevo uniforme de Lobezno o la resurrección de Fénix—. Gracias a eso, aprendimos que hay distintos colores de estrellas, cada uno con su propio tipo de radiación; supimos de la teoría de universos paralelos o de los viajes en el tiempo; o descubrimos el amor adolescente a la vez que nuestro trepamuros favorito. También supimos lo que implicaba la pérdida, cuando ni siquiera el Último Hijo de Krypton pudo salvar a sus padres. Eso, de algún modo, nos preparó para las pérdidas que cada uno de nosotros tendría que asumir en el futuro.
Desde hace 14 años, el 25 de mayo es el Día del Orgullo de Friki, porque un 25 de mayo de 1977 se estrenó «Star Wars episodio IV: Una nueva esperanza» —que en aquel entonces se llamaba «La guerra de las galaxias»—. También el 25 de mayo se conmemora el Día de la Toalla —en recuerdo de «La guía del autoestopista galáctico»— y el Magnífico 25 de mayo —de la saga del Mundodisco, de Terry Pratchett—.
Es la fiesta de la imaginación, de los sueños compartidos, de las ilusiones ficticias. Es el legado de los mitos antiguos, del fuego de los dioses y de las musas que susurraban al oído de los artistas.
Es el recuerdo de los niños que fuimos y que se quedaron para siempre en el País de Nunca Jamás.
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