
La Historia está plagada de grandes momentos en los que una sola persona fue capaz de cambiar el destino. Un descubrimiento, una decisión, una voluntad de poner el mundo bajo su poder. Una cepa del hongo Penicillium que no crecía en un medio, un hacha que derribó la puerta de un muro o la huella de una bota sobre la arena lunar. Por supuesto, nunca es la labor de uno solo, detrás o antes hubo cientos de personas más que se ocuparon del mismo asunto y fueron partícipes del resultado final. Pero los logros siempre se tienen que adjudicar a alguien, tiene que haber un nombre de quien lo hizo en primer lugar.
Y luego hay individuos únicos que realmente dominan el destino y transforman el mundo casi por sí solos. Uno de ellos fue Alejandro Magno.
Era hijo del rey Filipo II de Macedonia y de Políxena de Epiro, llamada así por la princesa de Troya a la que el héroe Aquiles había amado hasta llevarlo al desastre. La historia no aparece directamente en La Ilíada, pero otras fuentes cuentan que hubo una Políxena, hija de los reyes de Troya, de la que se había enamorado Aquiles durante el largo asedio de la ciudad, hasta el punto de llegar a pedir que cesara el ataque para poder casarse con ella y hasta el punto de contarle su debilidad en el talón. Parece ser que Políxena fue quien reveló a los troyanos este asunto del talón de Aquiles y quien arregló una emboscada para el héroe, con la ayuda de su hermano Paris, que provocó la muerte del aqueo. Como venganza, el fantasma de Aquiles se apareció durante el asalto a Troya y exigió la muerte de Políxena. El propio hijo de Aquiles, Pirro, decapitó a la mujer sobre la tumba de su padre y se cuenta que este sacrificio hizo posible que los griegos tuvieran vientos favorables para su regreso a casa. Menos Ulises, claro, que se pasó diez años más dando vueltas, pero esa es otra historia.
El caso es que el rey Filipo conoció a una mujer de Epiro a la que habían llamado Políxena en honor a aquella, y la convirtió en su esposa y reina de Macedonia. El mismo día en que nació su hijo Alejandro, el 21 de julio de 356 a. C., Filipo obtuvo un gran triunfo en los Juegos Olímpicos, detalle que ella quiso festejar cambiándose el nombre por Olimpia. Siempre fue una mujer compleja, implicada en intrigas de palacio, participante en cultos antiguos y de la que se decía que tenía sueños premonitorios. Incluso algunos autores afirman que ella esparció rumores por la corte de que Alejandro no era hijo de Filipo, sino que la concepción había sido una obra divina. Tres años después del nacimiento del príncipe, Olimpia le dio una hermana: Cleopatra de Macedonia.

En el 337 a. C., el rey repudió a su esposa, que se tuvo que exiliar a su Epiro natal con su hijo, mientras la princesa Cleopatra se quedaba junto a Filipo. Los planes del rey incluían casarse con una noble macedonia, Eurídice, que podría darle un heredero de sangre pura, mientras pretendía recuperar la amistad de Epiro gracias a un enlace acordado entre la joven Cleopatra y su propio tío, Alejandro, rey de Epiro y hermano de Olimpia.
Al año siguiente se celebró en Macedonia la boda de la nueva familia real de Epiro, a la que acudió Filipo como padre de la novia. En esa fiesta, Pausanias, miembro de la guardia real, asesinó con su arma al rey Filipo de Macedonia. La reacción de los soldados fue inmediata y Pausanias murió a sus manos. A día de hoy, aún no está claro quién ordenó la muerte del rey: se ha achacado a Olimpia, a Alejandro o incluso al rey de Persia, pero no existe acuerdo entre los historiadores. Lo cierto es que Filipo no llegó a tener más hijos y Alejandro subió al trono de Macedonia en 336 a. C.
Sin embargo, las polis griegas aprovecharon el momento para rebelarse contra el trono y exigir su independencia. Tebas y Atenas no querían seguir bajo el reinado macedonio, pero no contaban con la rapidez de reflejos del nuevo monarca. Alejandro movilizó sus tropas en dirección a Grecia, para controlar la sublevación.
El camino más rápido era a través del paso del Temple, a los pies del monte Ossa. Allí, sin embargo, se habían establecido los soldados de Tesalia, dispuestos a frenar su avance en un cuello de botella donde tenían las de ganar. Alejandro era consciente de que no podría atravesar el paso y que una batalla directa contra los tesalios le haría perder muchos efectivos. Era su gran prueba de fuego. Todo el mundo helénico miraba hacia él, con un trono recién ganado y las sospechas en su propia corte de haber ordenado la muerte de su padre.

El monte Ossa era un lugar impracticable junto al mar, como se puede ver en la imagen. No había forma de rodearlo ni de escalarlo. La única vía de acceso era el paso del Temple. Entonces Alejandro tuvo una de sus ideas geniales, de las que marcaron su vida y cambiaron el destino del mundo: ordenó tallar una escalera en la montaña. Llevó hasta allí a quinientos esclavos de las minas de la región, a los que prometió la libertad y un buena recompensa si lo conseguían en solo diez días.
El truco fue bueno: empezaron a trabajar por el lado de la montaña que daba al mar, sin que los tesalios pudieran verlos, y lograron la hazaña en solo siete días. Alejandro lideró a tres mil de sus soldados en un avance nocturno a lo largo del monte Ossa que los llevó directamente a la retaguardia de los tesalios. Al amanecer, el paso del Temple estaba dominado por soldados macedonios en ambos extremos y los tesalios se veían impotentes para huir de la trampa. Su general no tuvo más salida que rendir el lugar y permitir que Alejandro continuara su camino sin una sola baja en su ejército.
Ahí empezó la leyenda. Alejandro no era solo un monarca joven, sino una persona única, con la capacidad de construir un imperio. Era el año 335 a. C., el comienzo de una época gloriosa. Después de eso, solo viviría doce años más, pero con su empeño personal cambiaría el mundo.
Cada vez que alguien cuenta la historia del monte Ossa, la conclusión final es que todo se puede conseguir con arrojo y empeño. Pero Alejandro no solo hizo eso, sino que buscó su propio camino, aunque tuviera que tallarlo en la montaña. Los obstáculos no solo se superan con empeño, sino que a veces hay que buscar otra manera de hacer las cosas e incluso construir tu propia escalera, si hace falta.
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