Reseñas aventureras: «Las extrañas aventuras de Solomon Kane», de Robert E. Howard

Sigo otra semana más con las recomendaciones de novelas de aventuras para este verano tan loco. Estés en la playa o en la montaña, vayas a pasar unos días con tu familia en la aldea o solo y disfrutando de la tranquilidad, pocas opciones son más agradables que una buena novela de aventuras, que te haga soñar y te transporte a otras situaciones. Piratas, espadachines, salvajes, brujos, zombies, vampiros, monstruos primigenios o magia vudú. Cualquiera de esos ingredientes serían magníficos para pasar un buen rato. Pues el libro del que quiero hablarte hoy tiene todo eso junto.

Weird Tales es una de las revistas más importantes de la historia, dedicada a la fantasía y el terror desde 1923 y hasta el presente. En ella han publicado escritores tan reputados como H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith o Robert E. Howard. Este último fue uno de sus pilares más significativos, y Weird Tales constituyó su vía más frecuente de publicación. En el número correspondiente a agosto de 1928 aparecía «Sombras rojas», el debut de un personaje muy peculiar.

«Era un hombre alto, tanto como Le Loup, vestido de negro de pies a cabeza: su severa ropa iba extrañamente a tono con su tenebroso rostro. Los largos brazos y los anchos hombros delataban al espadachín, así como la larga hoja que llevaba en la mano. Sus rasgos eran saturnales y tétricos. Bajo aquella luz incierta, la sombría palidez de su rostro le daba una apariencia fantasmal, efecto que era realzado por la satánica negrura de sus amenazantes cejas. Sus ojos, grandes y profundamente entornados, observaban al bandido sin pestañear, escrutándole. Al mirarse en ellos, Le Loup no supo a ciencia cierta de qué color eran. Por otra parte, el aspecto mefistofélico de su rostro y barbilla era desmentido, curiosamente, por una frente ancha y amplia, escondida, en parte, por un sombrero sin pluma.

Pero mientras que aquella frente pertenecía a un soñador, idealista e introvertido, los ojos y la nariz, estrecha y recta, eran los del fanático. Cualquier observador se habría asombrado al contemplar los ojos de los dos hombres que se enfrentaban en aquella caverna, pues, aunque escondiesen insospechados abismos de poder, ahí acababa cualquier parecido. (…)

Los ojos del hombre de negro, hundidos en sus órbitas, que miraban fijamente bajo unas cejas prominentes, eran fríos, pero profundos; al contemplarlos se tenía la impresión de estar mirando desde insondables profundidades heladas».

Así aparece en escena Solomon Kane, un puritano inglés que recorre el mundo sin un destino claro, siempre vagando de un lugar a otro, persiguiendo el mal en todas sus formas. Apenas sabemos nada de su origen o de lo que hizo que asumiera una misión tan compleja, pero no parece tanto un héroe como la víctima de una maldición que intente limpiar su alma. Él no se une a ningún ejército ni a ninguna causa conjunta. Su camino es solitario y autoimpuesto, con el único fin de terminar con cualquier elemento maligno, igual un señor feudal germano que esclavice a su pueblo que un reino de vampiros establecidos en el corazón de África. Sabemos que nació en una familia puritana de Devonshire, que navegó por todos los mares en barcos mercantes o que fue corsario en el Nuevo Mundo contra navíos españoles. A partir de ahí comienza un lento vagabundeo por Europa que hace que se tope de bruces con elementos mágicos, intervenciones demoníacas y terribles hechiceros, a los que combate una y otra vez, solo porque cree que es su obligación. Reza a Dios y se considera su mano ejecutora, en ocasiones como un verdadero fanático, capaz de recorrer el planeta entero con tal de salvar a alguien en apuros.

Robert E. Howard explicó en una de sus cartas que había imaginado por primera vez a este personaje cuando tenía alrededor de dieciséis años, impresionado por la estética de esos espadachines de mirada gélida y movimientos calculados de los que leía en las historias de Rafael Sabatini. El nombre del puritano podría venir de «Sir Piegan Passes», de W. C. Tuttle, un western que salió publicado en la revista Adventure en 1923. En esa historia se nombra a un vaquero llamado precisamente Solomon Kane, y es sobradamente conocido que Robert E. Howard leía con asiduidad Adventure —y soñaba desde siempre con publicar en ella—, y también que reutilizaba como autor lo que antes había disfrutado como lector de revistas pulp —su personaje El Borak tiene mucho que ver con el capitán Athelstan King, creación de Talbot Mundy—. Tal vez un día de 1923 un joven Howard leyó ese nombre en su revista favorita y pensó: «esto quedaría genial para un espadachín puritano».

El caso es que finalmente el Solomon Kane de Howard no tiene nada de western y sí mucho de vengador bíblico, de la misma forma que se cuenta que el rey Salomón perseguía y capturaba los demonios que amenazaban a la humanidad. Y a Kane le da lo mismo que su enemigo sea humano o infernal: movido por su invencible fe en lo que está haciendo, empuñará su estoque y sus pistolas para lanzarse a cualquier clase de combate.

Aunque todas sus historias están ambientadas en una época concreta —finales del siglo XVI y principios del XVII—, Howard muestra unas localizaciones escasamente realistas, solo lo imprescindible para situar una narración de misterio. Europa se representa como un lugar siniestro, poblado por vampiros antiguos que se disfrazan como señores feudales, mientras que África es el horror, la selva tupida donde se oculta la brujería más antigua y terrible.

En el volumen «Las extrañas aventuras de Solomon Kane» están incluidos los siguientes relatos:

«Sombras rojas»: La primera aparición del personaje. Kane se topa por casualidad en Francia con una joven atacada por una cuadrilla de bandidos. Cuando la víctima muere en sus manos, el puritano se jura a sí mismo que les hará pagar su crimen, aunque eso le suponga lanzarse a una búsqueda de varios meses y atravesar África, con la aparición de tribus salvajes, magia ancestral y un poderoso hechicero que se convertirá en su único amigo, el misterioso N´Longa.

«Calaveras en las estrellas»: «Dos son los caminos que llevan a Torkertown». Así comienza una de las mejores historias del personaje, donde se encuentra con el mal a mitad de una senda y resuelve una maldición que amenazaba a una pequeña villa desde mucho tiempo atrás.

«Resonar de huesos»: Una posada a un lado de un bosque, llamada El Cráneo Hendido, y Solomon Kane intenta pasar allí una noche. Al final no le quedará más remedio que descubrir por qué le han puesto ese nombre a la posada y qué tiene que ver el esqueleto de un antiguo hechicero.

«La mano derecha de la condenación»: Otro relato magnífico. Kane sirve de testigo y motor de la historia en una narración de venganza, caza de brujas y justicia poética, situada en Inglaterra.

«Luna de calaveras»: De un modo similar a lo que ocurrió en «Sombras rojas», el puritano viaja a África por una misión solitaria, esta vez para rescatar a una joven secuestrada por piratas y vendida a una reina salvaje, la temida Nakari, la reina vampiro de la ciudad de Negari, a donde tendrá que ir a salvarla. Pero ese es un lugar horrible, donde tienen lugar los rituales más inhumanos.

«Las colinas de los muertos»: Durante su gran viaje a través de África, Kane se encuentra de nuevo con el chamán N´Longa, que le entrega el antiguo cetro del rey Salomón, con el que se puede combatir a los demonios. Y no le vendrá nada mal cuando tenga que enfrentarse a una ciudad entera poblada por vampiros, que han asesinado a todos los miembros de las tribus locales.

«Los pasos en el interior»: El África negra sufre el ataque constante de esclavistas árabes, que arrasan pueblos enteros. El puritano intenta acabar con una de esas partidas y liberar a los esclavos, pero lo superan en número y él mismo acaba unido a la cadena. Lo que no se esperan los esclavistas es el horror que duerme en los lugares aparentemente más tranquilos de la jungla.

«Alas en la noche»: Kane sigue explorando África de un rincón a otro, esta vez para descubrir que hay monstruos mitológicos que se han refugiado en sus montañas, para seguir alimentándose de los mortales como hacían en la Antigüedad.

Hasta aquí los relatos publicados en vida del autor. Existen otros, de los que supimos más tarde, como «Espadas de la hermandad» —un cuento de piratas y un noble que les ayuda en sus fechorías, a los se enfrenta Kane para ayudar a un muchacho, cuya novia han secuestrado para convertirla en su esclava—; o fragmentos inconclusos, como «El castillo del diablo» o «Los hijos de Asshur», que prometían historias increíbles que nunca se llegaron a realizar; o incluso poemas, como «El regreso al hogar de Solomon Kane», que habla acerca del día en el que el puritano se plantea abandonar la vida errante y echar raíces de vuelta a Devon, e incluso pregunta por una muchacha llamada Bess, que en tiempos lloró por él, cuando abandonó la tranquilidad de la vida sedentaria en busca de aventuras, y ahora hace años que yace muerta. Pero Kane es un alma vagabunda, siempre a la caza de nuevos seres malvados y de nuevas emociones, y tan pronto como escucha «el aullido de los sabuesos del océano», su mirada cambia y sus intenciones también, porque él nunca tendrá más consuelo que la batalla, ni más intenciones que combatir el mal, allá donde se encuentre.

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