
Descubrí este libro gracias al club de lectura Diseccionadores de novelas, que lo propuso para leer en común, comentar en Goodreads y finalmente organizar una quedada virtual con la autora y así poder hacerle todas esas preguntas que nunca imaginó. La experiencia fue maravillosa. En el grupo, las opiniones fueron unánimes: se trataba de una de las mejores novelas de los últimos años. Además, Marina Tena resultó una persona amable, cercana, divertida, cómplice y dispuesta a todo tipo de bromas sin sentido. El encuentro fue tan apasionante para ella como para nosotros, con un chat virtual que se prolongó varias horas. Allí se debatió sobre fantasía, ciencia–ficción, protagonistas con discapacidades, técnicas narrativas, bolsilibros, novelettes y unas cuantas locuras más. Quien no conozca este club de lectura debería pasarse por allí lo antes posible, porque se cuentan cosas que importan —y otras muchas que no importan tanto, pero divierten un montón—.
La novela en sí es de las que te alegran el día. Se devora en un momento y te deja con ganas de más, no porque vaya a continuar en una secuela o forme parte de una saga, sino porque la autora juega con las elipsis narrativas de un modo portentoso. Lo que no se cuenta y solo queda bosquejado en el fondo de la imagen influye tanto como las cosas que sí se cuentan. La narración es cuidadosa, experimental y a la vez deudora de los grandes clásicos, que se nota que ha desmenuzado y actualizado para una época nueva. Porque en el fondo —y esta es una de las grandes virtudes de la novela— se trata de la vieja historia de terror del lugar cerrado del que debe escapar un protagonista discapacitado, en este caso dos, antes de que sus captores lo descubran. Es el tradicional suspense hitchcockiano, la incertidumbre de qué les ocurrirá a los personajes ante un peligro claro que se cierne sobre ellos. El componente fantástico apenas se descubre en profundidad y sirve como justificación para que los protagonistas pasen un mal rato. Y de esa manera, también el lector, que disfruta preguntándose qué será de ellos.
La sinopsis de la historia, que además, es el propio comienzo del texto, deja claro de qué estamos hablando:
«“Mi madre nos quería hasta la locura. Hasta la desesperación. Por eso nos arrancó los ojos. Era el precio de soñar que podía salvarnos así la vida”.
El sacrificio de su madre salva la vida de Briana y Arlen. Consigue que los ángeles decidan adoptarlos como mascotas a las que cuidar en su torre de cristal. Pero los niños crecen, su tiempo se les acaba. Briana sabe que deben huir o morir. Pero ¿pueden escapar de unas criaturas tan poderosas?».
Unos ángeles malvados que torturan, destripan y aterrorizan el mundo de los hombres. Una maldición que prohíbe que nadie los vea, bajo pena de muerte. Una madre que decide arrancarles los ojos a sus dos pequeños, para que puedan sobrevivir. Una condena eterna como sirvientes de los dos ángeles, al menos hasta que ellos se cansen y los maten, igual que hicieron con los demás miembros de su familia. Briana y Arlen son dos niños que han crecido en la torre en la que habitan los malignos ángeles Azrael y Tamiel, a los que han servido como criados —o tal vez como mascotas que los hacen reír—. Su única esperanza de seguir vivos es que los ángeles los vean útiles, y por eso limpian la torre y cuidan de que todo esté perfecto. De otro modo, no tienen duda de que los matarían sin dudar. Pero, al mismo tiempo, Briana sueña con escapar de allí y hace planes que les permitan fugarse. No será nada fácil, entre su discapacidad y que Arlen no parece tan dispuesto como ella. Pero no puede quedarse allí por más tiempo. Necesita ser libre.
Así es como avanza «Legado de plumas», con una curiosa narración en primera persona que aporta esa vivencia propia de la pérdida de la visión. Los detalles están contados con los otros sentidos, lo que emplea unos medios muy poco frecuentes en literatura. No hay descripciones visuales, sino auditivas, olfativas y táctiles. El lector se mete en ese mundo propio, obsesivo y claustrofóbico, donde solo tiene sentido la lucha entre contrarios: los ángeles, por dominar; los niños, por salir de allí.
La historia es tan intensa que por fuerza tenía que mostrarse en una novela corta. La autora maneja perfectamente los tiempos narrativos y no comete el frecuente error de alargar y alargar y alargar y alargar los textos para ocupar espacio. «Legado de plumas» presenta lo que quiere contar, lo hace y se acaba. Y deja al lector con una presión en el pecho que no se olvida fácilmente.
Una novela indispensable, que demuestra que el terror y la fantasía son paraguas bajo los que siempre caben propuestas nuevas, cuando los creadores son los bastante hábiles para saber buscarlas y luego trabajar con ellas. El resultado, desde luego, es apasionante.
Y a ello contribuye mucho la impresionante portada de Libertad Delgado, que hace que no puedas apartar la mirada y el libro acabe en tu estantería quieras o no.
Más ángeles malvados, torres claustrofóbicas y niños ansiosos por escapar —o no— en este enlace.
