Historias asombrosas de la vida real: El Apalpador, el gigante que trae regalos en la Navidad gallega

El final del año es época de tradiciones en casi todas las partes del mundo. De unos lugares a otros pueden cambiar el calendario, las creencias o las costumbres locales, pero siempre existe la tendencia a recuperar los viejos usos de nuestros abuelos, aquellas experiencias que a ellos les hicieron disfrutar. Además, en los últimos tiempos vivimos en una ilusión creciente por recuperar tradiciones del pasado que se creían olvidadas. Así ha ocurrido con el Samaín, la festividad celta de la que proviene Halloween, y que ahora se extiende por toda Galicia, sobre todo entre los niños. Y así ha sido también con el Apalpador.

Se trata de una de las leyendas más antiguas de las montañas del Courel, que ha ido pasando de padres a hijos durante siglos. Según esta, existe un gigante bonachón que vive en lo más recóndito de la montaña, se dedica a su oficio de carbonero y viste con una chaqueta vieja, pantalones con remiendos, zapatones y una boina negra. Es pelirrojo y lleva la cara cubierta por una frondosa barba que le da un aspecto gracioso. Además, siempre fuma en pipa. Con todos esos datos, no resulta muy difícil reconocerlo.

Sin embargo, el Apalpador no se muestra nunca, sino que permanece en su montaña trabajando y tan solo baja de la montaña en una fecha significativa: la del 31 de diciembre.

Cuentan en el Courel que, una vez al año, todos los niños reciben la visita del Apalpador, que entra en su habitación cuando están durmiendo, les frota la tripa para ver si están bien alimentados y de paso les deja unas castañas. Si han sido buenos, también les trae regalos para festejar la llegada del año nuevo. Por eso los niños siempre esperan ese momento mágico y a muchos les cuesta coger el sueño, ilusionados por la posibilidad de ver al gigante.

En muchos pueblos se celebran desfiles y pasacalles en los que el Apalpador es la estrella, con su ropa vieja y manchada de carbón. Los pequeños se asoman a verlo, antes de que él se presente en su casa esa misma noche.

En los últimos años estamos viviendo un resurgir de tradiciones antiguas, que encuentran un lugar nuevo en una sociedad que se enorgullece de sí misma. Mirar al pasado y recuperar lo que hacía feliz a la gente siempre es bonito, ilusionante y sabio. Los niños recortan figuras del Apalpador o se disfrazan y organizan representaciones teatrales, al tiempo que esperan que llegue la noche y sueñan con lo que se encontrarán cuando despierten.

Es tiempo de Navidad, de luces que engalanan la ciudad y ojos brillantes.

Y si además hay un gigante que trae regalos, mucho mejor todavía.

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