
Sigo empeñado en estudiar todo lo que se relaciona con la temática de mi nueva novela de aventuras, que llevará por título El cazador de tormentas y estará en el mercado en el mes de abril. Te hablé de ella en esta serie de artículos.
La fase de documentación es una de las más complejas y a la vez apasionantes dentro del enorme trabajo de escribir una novela. Antiguos tratados polvorientos, bibliotecas de monasterios perdidos o sabios que guardan secretos de otra época… Un escritor debe acudir a todas las fuentes —aunque lo cierto es que, hoy en día, Internet ha desbancado a las otras opciones—. Y un origen al que no solemos dar la misma importancia, pero que también aporta a veces un punto de vista muy valioso es el de otras novelas. Autores que ya han recorrido el mismo camino en épocas anteriores y que reconstruyeron el mito de la misma forma, pero antes de que se te ocurriera a ti. Al fin y al cabo, por muy original que te creas, no hay nada nuevo bajo el sol.
Como ya escribí en este artículo, Platón legó al mundo una leyenda inmortal que habría de proporcionarnos miles de historias adaptadas a cada época concreta. La Atlántida es el primer gran continente de la humanidad, es el origen de nuestra cultura y también un relato de la debilidad de los mortales frente a los dioses. La grandeza del mito implica que incluso los primeros humanos se dejaron seducir por la tentación del poder, la conquista y la formación de un imperio, más allá de las normas que les habían legado Zeus y su familia de deidades. A pesar de tener las leyes escritas en una columna de oricalco que se erguía en el centro del reino de Atlas, los diez reyes hermanos proclamaron que el mundo les pertenecía y se lanzaron a una serie de conquistas por mar y tierra que, en último término, los llevó a enfrentarse con los primeros atenienses. Pero, si la Atlántida se debía a Poseidón, dios del mar, Atenas rendía culto a Atenea, diosa de la sabiduría, y eso al final llevó a la tragedia que arrasó por completo el primer continente. Los dioses olímpicos se enfurecieron por el afán imperialista de los atlantes y decretaron su final, que ocurrió en «un solo día y una noche terribles». Un terremoto hizo añicos la isla y las olas se la tragaron por completo, sin que quedara un solo resto de su grandeza y dando lugar a una de las leyendas más conocidas de la historia. En aquel entonces, solo unos pocos sabios guardaron registro de la existencia de la Atlántida, lo que llenó esta narración de un misterio y un atractivo formidables.
Han sido muchos los escritores, ilustradores y cineastas que han decidido recrear esta leyenda en sus obras, de forma mucho más frecuente a partir del siglo XIX. Como sucede con todos los supuestos lugares perdidos ⸺como Thule, Lemuria, Antillia o Mu⸺, la Atlántida ha servido como ubicación para numerosas obras del género de aventuras.
Así, en Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), de Jules Verne, la tripulación del Nautilus visita las ruinas de un imperio hundido bajo el Atlántico:

«Allí, bajo mis ojos, abismada y en ruinas, aparecía una ciudad destruida, con sus tejados derruidos, sus templos abatidos, sus arcos dislocados, sus columnas yacentes en tierra. En esas ruinas se adivinaban aún las sólidas proporciones de una especie de arquitectura toscana. Más lejos, se veían los restos de un gigantesco acueducto; en otro lugar, la achatada elevación de una acrópolis, con las formas flotantes de un Partenón; allá, los vestigios de un malecón que en otro tiempo debió abrigar en el puerto situado a orillas de un océano desaparecido los barcos mercantes y los trirremes de guerra; más allá, largos alineamientos de murallas derruidas, anchas calles desiertas, toda una Pompeya hundida bajo las aguas, que el capitán Nemo resucitaba a mi mirada.
¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba? Quería saberlo a toda costa, quería hablar, quería arrancarme la esfera de cobre que aprisionaba mi cabeza.
Pero el capitán Nemo vino hacia mí y me contuvo con un gesto. Luego, recogiendo un trozo de piedra pizarrosa, se dirigió a una roca de basalto negro y en ella trazó esta única palabra:
ATLANTIDA
¡Qué relámpago atravesó mi mente! ¡La Atlántida! ¡La antigua Merópide de Teopompo, la Atlántida de Platón, ese continente negado por Orígenes, Porfirio, Jámblico, D´Anville, Malte Brun, Humboldt, para quienes su desaparición era un relato legendario, y admitido por Posidonio, Plinio, Ammien Marcellin, Tertuliano, Engel, Sherer, Tournefort, Buffon y D´mAvezac, lo tenía yo ante mis ojos, con el irrecusable testimonio de la catástrofe. Esa era, pues, la desaparecida región que existía fuera de Europa, del Asia, de Libia, más allá de las columnas de Hércules. Allí era donde vivía ese pueblo poderoso de los atlantes contra el que la antigua Grecia libró sus primeras guerras. (…)
Tales eran los recuerdos históricos que la inscripción del capitán Nemo había despertado en mí. Así, pues, conducido por el más extraño destino, estaba yo pisando una de las montañas de aquel continente. Mi mano tocaba ruinas mil veces seculares y contemporáneas de las épocas geológicas. Mis pasos se inscribían sobre los que habían dado los contemporáneos del primer hombre. Mis pesadas suelas aplastaban los esqueletos de los animales de los tiempos fabulosos, a los que esos árboles, ahora mineralizados, cubrían con su sombra».
La imagen que describió Verne quedaría grabada a fuego en la sociedad occidental: unos restos hundidos en el lecho del océano, la grandeza de tiempos perdidos convertida en ruina por unos dioses coléricos. Después, otros muchos seguirían el camino marcado por el genio de Nantes.
La Atlántida (1877), de Jacinto Verdaguer, es un poema en catalán que cuenta la historia del continente perdido y la manera en que esta llega a oídos de Cristóbal Colón, lo que produce en él la idea de navegar hacia el oeste, y eso llevará, en un futuro, al descubrimiento de América.
Otras novelas que plantean la búsqueda de los ansiados restos son El librero de la Atlántida (2016), de Manuel Pimentel; y Atlántida (2010), de Javier Negrete.

Pero sin duda hay dos autores que han marcado la historia de la leyenda y de sus publicaciones en papel, con numerosas adaptaciones de sus obras: Pierre Benoit y Robert E. Howard. El primero fue un novelista francés criado en el norte de África, autor de más de quince obras y muy popular en su época, miembro de la Academia Francesa y especialmente recordado por La Atlántida (1919). Esta publicación fue revolucionaria por dos motivos: situaba la historia en tierra en lugar de en el mar ⸺concretamente en el macizo del Hoggar, en Argelia, en pleno desierto del Sahara⸺ y lo convertía en un reino vivo en lugar de muerto ⸺gobernado por Antinea, una monarca cruel que buscaba amantes por todo el planeta y luego, al terminar con ellos, los convertía en estatuas de oricalco⸺. De este modo, Benoit se sumaba a la moda de los reinos perdidos en África, de la misma forma que Henry Rider Haggard ya había presentado en 1902 a su personaje Ayesha, «la que debe ser obedecida», monarca de Kôr; o Edgar Rice Burroughs había hecho lo propio en 1913 con la reina La, suma sacerdotisa de la ciudad de Opar. La Antinea de Benoit es una mujer dura, acostumbrada a gobernar con mano de hierro y dueña de todo el mercado ilegal del continente africano. Mediante las redes de transporte de mercancías a través del desierto, ha creado un imperio secreto aún más poderoso que el de sus ancestros atlantes y solo se dedica a buscar placer. En los sótanos de su palacio guarda los restos de aquellos hombres que cayeron en sus redes ⸺debidamente numerados e identificados mediante placas⸺, y aquellos que la han conocido admiten que es imposible resistirse a sus encantos.

Robert E. Howard, por su parte, trazó una gran cronología de la historia de la humanidad que se movía en torno al auge y caída de la Atlántida. Este habría sido el primer gran continente de la humanidad, pero no el primer reino habitado del mundo. En su lugar, ese honor recaía en Valusia, antigua morada de los hombres serpiente, donde estos llevaban a cabo malignas brujerías y esclavizaban a los humanos. Los hombres serpiente, los hombres lobo y otros demonios semejantes gobernaron el mundo en la más remota antigüedad, pero entonces los humanos se alzaron en armas contra ellos bajo el liderazgo de un caudillo conocido como Raama ⸺y, en otras fuentes posteriores, Jhebbal Sag⸺, hasta que lograron vencer a los demonios, proclamarse señores de la Creación y establecer la Atlántida como su primer gran reino. Valusia, por su parte, quedó como baluarte frente al regreso de sus enemigos, como la punta de lanza de la humanidad. Tiempo después, un cataclismo arrasó la Atlántida y sepultó cualquier vestigio de esta era, dando lugar más adelante al imperio de Acheron y, tras la desaparición de este, a la Edad Hiboria. Howard entendía la historia como una sucesión de épocas marcadas por el desastre, el conflicto y la grandeza. Valusia, Hiboria, los pueblos pictos, el Imperio romano, las migraciones celtas o la expansión del islam aparecen reflejados en sus obras como momentos concretos de brillantez en una línea de tiempo que no es lineal, sino en forma de picos y valles. Los pictos son el mejor ejemplo de esos cambios sucesivos, pues muestran un elevado desarrollo como sociedad en los tiempos de Valusia, una degeneración a la barbarie en tiempos hiborios y un nuevo ascenso en la escala de la evolución para enfrentarse a las legiones romanas en tierras británicas. La Atlántida se convierte, en cambio, en solo un elemento más de esa línea de tiempo, ni especialmente brillante ni muy recordada en épocas futuras, sino más bien un ejemplo de la manera en que los siglos sepultan los reinos más impresionantes y ya nadie vuelve a acordarse de ellos. En la cronología de los relatos de Howard, la Atlántida habría quedado destruida hace unos doce mil años, tal y como especificó Platón, y para él no se trató más que de un puñado de tribus dispersas y poco merecedoras de la inmortalidad.
Ahora bien, ¿en qué medida han influido estos autores en la trama de El cazador de tormentas, mi próxima novela? ¿Qué versión de la Atlántida aparecerá nombrada allí, si es que aparece alguna: la olvidada en el tiempo, que describió Robert E. Howard; o la viva y maligna de Pierre Benoit? ¿Qué ciudades malditas se ocultan en el corazón de África, a la espera de los aventureros que las quieran explorar?
Más continentes hundidos por dioses griegos y autores de novelas de aventuras en este enlace.
