
Hay pocos autores a los que se reconozca de forma unánime como padres o madres de un género. Podemos llamar así a sir Walter Scott o a Benito Pérez Galdós para la novela histórica moderna, y a Alexandre Dumas o Robert Louis Stevenson para la novela de aventuras. Robert Ervin Howard ostenta el honor indiscutible de ser el padre de la fantasía heroica o género de espada y brujería. Junto a J. R. R. Tolkien, se ha convertido en el autor más influyente en la literatura fantástica del siglo XX y XXI, formando cada uno su propia corriente literaria: el primero por medio de la fantasía épica y el segundo con la llamada alta fantasía.
Los matices entre ambas son complejos a veces, pero un buen resumen sería decir que, en la obra de Howard, la magia no actúa como una solución a los problemas, sino más bien como algo aterrador y ajeno a la humanidad, que solo causa dificultades y consume el alma de quien la practica. Las historias están narradas desde el punto de vista de guerreros mortales que saben que en su mundo existe la magia, pero solo reservada para unos pocos. Los conflictos son generalmente físicos y los entes mágicos aparecen como terribles amenazas que desafían a la lógica, pocos frecuentes y reservados a momentos muy puntuales, que son aquellos en los que la tensión dramática de cada relato se encuentra en lo más alto.
Aunque ambos autores escribieron sus obras más o menos a la vez, durante la década de los años 30, sus orígenes literarios y por tanto sus resultados fueron muy distintos. Mientras que Tolkien y su amigo C. S. Lewis habían estudiado de forma pormenorizada las mitologías celta y nórdica y plantearon sus obras como una modernización de estas, Howard provenía literariamente de las revistas pulp y, sin perjuicio de que su formación en Historia resultara abrumadora, no alcanzó nunca el estatus de alta literatura.
Howard nació en 1906 en el pequeño pueblecito de Peaster, Texas. Su padre era médico, el doctor Isaac Mordecai Howard, y por su trabajo tenía que viajar con frecuencia. De hecho, en sus primeros trece años de vida, el muchacho recorrió con sus padres casi todo el estado de Texas, hasta que el doctor Howard decidió asentarse en Cross Plains, en el condado de Callahan. Sin embargo, la relación entre la pareja nunca resultó buena y la madre, Hester, fue poco a poco sobreprotegiendo a su hijo y llevando de forma personal su educación y sus ansias por escribir. Al mismo tiempo, la mujer contrajo la tuberculosis, lo que hizo que estuviera cada vez más limitada.
Howard fue desde niño un lector apasionado, sobre todo de Historia, y su ansia por descubrir el mundo lo convirtió en un gran experto en la Edad Media y la Edad Moderna. Mostró un interés significativo por la evolución de los pueblos, las corrientes migratorias y la supervivencia del más fuerte, y en especial por la existencia de un pueblo en concreto: los pictos, una gente extraña que se había resistido al avance del Imperio romano por Escocia y de la que no se tienen muchos datos. Howard veía en ellos el ejemplo más claro de sus teorías. Él entendía la Historia como una sucesión de oleadas de rabia producidas por determinadas razas que buscaron prosperar, crearon imperios y luego fueron consumidas por otras razas más jóvenes. Del mismo modo, la geografía del mundo había sufrido grandes cataclismos que marcaron épocas determinadas y dibujaban un compendio de picos y valles en la Historia. Egipcios, romanos, árabes, turcos… El pasado no era una línea recta, sino quebrada, sacudida por la furia de grandes caudillos que movían tras de sí a pueblos enteros.
Y si eso parece un hecho fundado, ¿por qué no ir más allá? ¿Qué hubo antes de la Historia escrita? ¿Era posible que ya se alzaran imperios antes de aquellos de los que hemos sabido, y que algún gran cataclismo y unas terribles invasiones no dejaran rastro de aquel tiempo?

Howard reconoció haberse visto influenciado por los relatos de aventuras de Jack London y también por sus escritos sobre vidas pasadas; así como por las historias exóticas de Rudyard Kipling y Talbot Mundy. Pero su principal fuente de inspiración fueron las revistas pulp, creaciones baratas, generalmente con escritores desconocidos y que trataban temas escabrosos: detectives de lo sobrenatural, exploradores de reinos fantásticos, criaturas horrendas y mujeres ligeras de ropa a las que salvar del peligro.
Uno de los autores más famosos en ese tiempo fue Edgar Rice Burroughs, que en 1912 había publicado por entregas, en la revista All–Story Magazine, las dos obras que le harían famoso: A princess of Mars ⸺el debut del héroe John Carter de Marte⸺ y Tarzan of the Apes ⸺la primera novela de la saga del señor de la jungla⸺. Gracias a Burroughs, se hicieron enormemente populares las historias acerca de reinos fantásticos, héroes musculosos y reinas feroces y propensas al amor.
Howard cogió todas estas ideas y las hilvanó en una formidable saga única conformada por distintos episodios pseudohistóricos, cada uno protagonizado por un héroe muy peculiar: el rey Kull y la Era Precataclísimica, Conan el cimmerio y la Edad Hiboria, Bran Mak Morn y el Imperio romano, Cormac Mac Art y la Edad Oscura, Turlogh el Negro y los tiempos de Camelot, Cormac Fitzgeoffrey y las Cruzadas, Solomon Kane y la Inglaterra isabelina, Sonya la Roja y el sitio de Viena, El Borak y el Afganistán del Gran Juego o incluso James Allison, que recordaba sus vidas pasadas y volvía a habitar todas esas épocas.
Howard hizo alarde, en sus once años de carrera literaria, de un grado de conocimiento histórico apabullante, que le permitía describir con todo detalle la corte del sultán Solimán el Magnífico o la vida de los nobles que acudieron a las Cruzadas. Y eso aunque nunca realizó grandes viajes ni estuvo jamás en los lugares donde transcurrían sus historias. Desde lo más profundo del corazón de Texas llegó a conocer el mundo mejor que muchos historiadores, y además logró transmitirlo con la viveza, la emoción y la aventura propias de los mejores relatos pulp, de los que enseguida se hizo el rey.
Debutó en 1925 en la revista Weird Tales con el relato titulado Spear and fang ⸺Lanza y colmillo⸺, una historia de enfrentamientos entre tribus prehistóricas y lucha a muerte por la que le pagaron 16 dólares. Había empezado una carrera fulgurante que duraría hasta 1936.
El 11 de junio de hace 85 años, Hester Howard cayó en coma debido a la evolución de su tuberculosis y los médicos dijeron que no se recuperaría más. Entonces su hijo, el autor afamado, el rey de las historias de aventuras, se metió en su coche y se disparó en la cabeza. Aún siguió vivo durante ocho horas más, pero no se pudo hacer nada por su vida. Su madre murió al día siguiente y ambos fueron enterrados juntos el día 14.
Se perdía un escritor único, un erudito de los tiempos pasados y, en muchos aspectos, un sabio. Su dominio de los resortes de la literatura de evasión no ha sido igualado nunca, ni tampoco su capacidad para mimetizarse con los planteamientos de cualquier otro autor y hacerlos suyos. Howard podía escribir con el estilo de Sax Rohmer, de Talbot Mundy o de H. P. Lovecraft y al final llevar la narración a su terreno y hacerla completamente reconocible. Podía llenar las páginas de detalles históricos y luego ceder a las presiones de su editor e incluir alguna escena con desnudos femeninos, monstruos grotescos y héroes salvajes. A través de su amplia obra podemos seguir la estela de los pictos a través de muchas vicisitudes, desde el estado de sabios tribales con el que aparecen en los relatos de Kull hasta el primitivismo involucionado de la Edad Hiboria, y más allá aún, a los tiempos en que casi se habían extinguido bajo la espada romana y solo unos pocos luchaban fieramente por sobrevivir.
Robert E. Howard dejó tras de sí un poderoso influjo que muchos escritores hemos aceptado. La aventura, la emoción y el salvajismo han pasado de unas plumas a otras y yo mismo me reconozco gran admirador del maestro de Cross Plains.
No hay más que leer con atención entre las líneas de El cazador de tormentas, mi última novela. ¿O qué son, sino homenajes velados, ese hechicero de nombre Yosef Vrolok, ese caudillo llamado Othman, esa reina de la Atlántida y esos huesos de los últimos hombres serpiente, que yacen para la eternidad en el interior de una cueva?
Siempre hay que dar las gracias a los maestros que nos formaron y yo se las mando con este artículo al escritor que me convirtió en adulto, justamente en el día en que decidió quitarse de en medio.
Más hechiceros, reinas y hombres serpiente en este enlace.
