
Mis grandes descubrimientos de este año han sido las ferias históricas y las asociaciones de recreación. En época prepandemia había asistido alguna vez a la Festa da Istoria de Ribadavia —a la que acudí vestido de judío con ropa prestada y luego con un disfraz de mesonero bastante ridículo que había comprado en el bazar de mi barrio y con el que coincidieron dos personas más, lo que nos llevó a hacer la broma de quién abriría la taberna al día siguiente si estábamos todos allí—.
Pero este 2022 ha tenido lugar la explosión de las fiestas populares. Con unas restricciones cada vez más suaves, todos los ayuntamientos han recuperado sus festejos de siempre, entre los que se incluyen las fiestas históricas. Galicia es una región particularmente rica en eventos históricos reseñables y también en leyendas mágicas, de donde provienen tradiciones muy antiguas que hoy se han reconvertido en fiestas.
En Redondela se cuenta la historia de un dragón muy peligroso, la Coca, que vivía en la ensenada de San Simón y de vez en cuando acudía a la localidad en busca de niños a los que engullir. Un grupo de marineros se enfrentaron a él, lo rodearon y abatieron con sus espadas, tras lo que se dedicaron a bailar a su alrededor para festejar que por fin serían libres. De esta leyenda proviene la fiesta de la Coca, una celebración anual que cuenta con una réplica del dragón y la llamada danza de las espadas, en la que un grupo de jóvenes de familia marinera reproducen ese baile festivo en torno al monstruo. Con ellos también desfilan las penlas —niñas vestidas de blanco y con alas en la espalda que representan las vidas salvadas por el heroísmo de los muchachos— y toda Redondela se vuelca en una de sus fechas más importantes del año.

En Xinzo de Limia tiene lugar la Festa do Esquecemento, basada en una historia mitad real y mitad fantástica que también moviliza a la población al completo. Dice la Historia que el procónsul Décimo Junio Bruto fue el primer caudillo romano en pisar las tierras de lo que hoy es Galicia. Venía desde el sur al frente de su ejército, atravesó el Duero en una terrible batalla y entonces encaró el río Limia. Los galaicos, incapaces de frenar su avance, procuraron extender un cuento entre los supersticiosos legionarios romanos: que el Limia era en verdad el río Lethes o río del Olvido, del que bebían las almas antes de pasar a la otra vida para librarse de todos sus recuerdos. Por tanto, si ellos atravesaban la corriente, perderían también la memoria y nunca podrían volver a casa. El miedo se extendió por las tropas y nadie estaba dispuesto a obedecer al procónsul, de modo que tuvo que ser él mismo quien tomara entre sus manos el estandarte de la legión y cruzara el río para demostrarles que no pasaba nada. En la actualidad, esa anécdota —de la que no tenemos forma de contrastar si realmente sucedió— sirve de excusa para una fiesta popular en la que asociaciones vecinales hacen de romanos o de galaicos en una batalla que incluye el legendario cruce del Limia.
Y hay muchos eventos más: la Feira Franca de Pontevedra, el desembarco vikingo de Catoira o la Fiesta de la Reconquista de Vigo. Mercados antiguos, travesías navales o batallas que marcaron la Historia dan pie a jornadas de encuentro de barrio y de popularización de antiguos trabajos de artesanía, formas de alimentación, armas, perfumes o bailes típicos. Las raíces históricas de un pueblo se muestran en un acto de diversión que casi siempre incluye mojitos y choripanes —y por un momento miramos para otro lado sobre la historicidad de esos alimentos—.
Sin embargo, además de la fiesta, hay un valor cultural enorme alrededor de estos eventos, con asociaciones que se dedican a recrear escenas completas de tiempos pasados, su indumentaria, sus armas, sus caballos, sus cánticos y bailes. Preparan recetas de cocina exactamente igual que antaño, se hacen dibujos rituales en la piel, tocan instrumentos de siglos pasados o manejan un florete con la misma destreza. Su conocimiento es amplísimo y encaran estas reuniones con una seriedad absoluta. La divulgación es una tarea preciosa y, de la misma forma, visitan colegios u organizan visitas guiadas a lugares de interés.

Recreadores de Galicia, Civitas Limicorum, AHC Gallaecia Viva, Cohors I Gallica o la Sala Viguesa de Esgrima Antiga se dedican a fomentar el gusto por la herencia cultural recibida de tiempos antiguos y ponerla al alcance de todo el mundo.
Y esto resulta especialmente importante para un escritor de aventuras. Siempre se dice que un autor debe ponerse en el lugar de sus personajes y sentir como propias sus esperanzas, preocupaciones y dudas para así poder transmitírselas a los lectores. Pero la imaginación tiene sus límites, sobre todo en aquellas cuestiones de las que no sabemos lo suficiente. ¿Cómo se manejaba un telar de tablillas? ¿A qué lado del cuerpo se colgaba una gladius romana? ¿Cuánto pesaba un escudo de legionario? ¿De qué modo se colgaba un sagum para permitir los movimientos naturales de los brazos?
Y luego hay una cuestión aún más importante que el conocimiento: las emociones. El roce de una túnica basta sobre la piel curtida, la humedad que transmite la hierba mojada cuando se camina sobre ella con unas cáligas, el sabor del polvo pegado a la boca, el peso de una lanza durante muchas millas o el olor del pan recién hecho después de una larga marcha militar. Todo eso formaba parte de la vida de nuestros antepasados y se supone que tiene que aparecer reflejado en la novela. Solo de ese modo se puede conseguir que el lector se identifique con los personajes, sienta lo mismo y se integre en la narración. Por eso defiendo sin dudar que un escritor de aventuras debería participar en recreaciones como estas, para sentir y luego transmitir lo vivido. Para ser parte de aquella existencia y después contarlo como uno más.
Y yo, por suerte, he podido participar en esos eventos, de lo que estoy enormemente agradecido a estas asociaciones. ¿Y tú, te vienes de recreación histórica?
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