
Lisboa se ha convertido en los últimos años en un destino turístico habitual. Mezcla de tradición y modernidad, de mar y colinas, de la gloria de la era de los descubrimientos, los románticos miradores, los pastelitos de bacalao, el fado y los veleros. Por sus calles circula lo más variado de la humanidad en cuanto a razas, credos y dioses, cada cual con su historia y sus sueños.
Cuenta la Arqueología que hubo un asentamiento en la desembocadura del río Tajo desde épocas remotas, y en concreto sabemos de la existencia de un Allis ubbo o Puerto seguro en tiempos fenicios y de un Olissipo con los romanos. La facilidad de acceso al estuario del Tajo hizo que diversos pueblos se acercaran a esta zona, e incluso llegaran a formar una vía estable de comercio a lo largo de la costa atlántica que comunicaba el Mediterráneo con las islas del norte, y de la cual fueron habituales los griegos, los fenicios y también los tartessios.
Pero, como ocurre siempre, la leyenda es mucho más divertida que la historia real. Contaban los antiguos que la ciudad de Lisboa había sido fundada por el propio Ulises, rey de Ítaca, y que, de hecho, el nombre Olissipo derivaba del suyo —Odiseo, en griego—. Se decía que el insigne viajero había llegado hasta allí en su largo viaje de vuelta de la guerra de Troya. Su travesía por el Mediterráneo es la base del poema épico La Odisea, que narra los diversos lugares en los que recaló en sus intentos por volver a casa: la tierra de los lotófagos, la isla de Circe o Escila y Caribdis. Lo que no aparece en los textos clásicos —pero que los lisboetas defienden con el mismo valor— es la leyenda de que Ulises recorrió el Atlántico y descubrió un lugar perfecto para atracar su barco en el estuario de un gran río. Allí conoció a una hermosa criatura llamada Ofiusa que tenía una particularidad: era humana de la cintura para arriba y serpiente en el resto. Pero no un reptil común, sino de un tamaño gigantesco y con una larguísima cola que se enroscaba sobre sí misma.
Como ya había ocurrido con otras mujeres poderosas de este relato, como Circe o Nausícaa, Ofiusa quedó perdidamente enamorada de Ulises tan pronto como lo vio y quiso convertirlo en su amante. Esa misma noche compartieron cama y los bardos no explicaron nunca lo que pasó, únicamente que la mujer quedó profundamente dormida y con una relajación absoluta. Ese fue el momento que aprovecharon los de Ítaca para regresar a su barco y hacerse a la mar sin dejar rastro alguno de su estancia en el Atlántico.

A la mañana siguiente, Ofiusa no encontró a su amado, ni a la tripulación de este, ni al navío en el que habían alcanzado su costa, y fue tan terrible la cólera que eso le produjo que azotó el suelo con su cola de serpiente. La tierra se estremeció por efecto de su poder y se alzaron unas enormes montañas alrededor del punto exacto en que había golpeado. La magnitud de este hecho hizo que se calmara y lloró amargamente su pérdida.
Sin embargo, poco a poco su alma se fue tranquilizando y comprendió que la llegada de seres humanos había alegrado su inmensa soledad, y que el amor hacia otra persona era algo hermoso. Por ello decidió abrir su región a la llegada de otros navegantes y fundó una ciudad de la que fue proclamada reina, un lugar de unión entre pueblos y razas que, precisamente por eso, bautizó con el nombre de Ulises: Olissipo, la capital más occidental de Europa.
Y, de este modo, sabemos por qué Lisboa está rodeada de siete colinas, y sabemos que existe una falla sobre la que justamente golpeó Ofiusa con su cola —y que fue la causante de los terremotos que sacudieron la región en 1531 y 1755—. Además, recordemos lo que escribió en el siglo IV antes de nuestra era (a.n.e) el poeta Rufo Festo Avieno acerca de la región que él denominó Ofiusa:
Ofiusa presenta un flanco tan prominente hacia adelante,
cuanto oyes que se extiende la isla de Pélope
en tierras de los griegos. Al principio se la denominó Oestrimnis,
y los habitantes de estos lugares y campos eran los oestrímnicos;
posteriormente una plaga de serpientes puso en fuga a sus habitantes
y logró que esta tierra quedara despojada hasta de su propio nombre.
De la misma manera, nombra un cabo Ofiusa en la costa atlántica que se correspondería en la actualidad con el cabo de Roca, junto a Lisboa.
Entonces, ¿existió alguna vez una mujer serpiente en la desembocadura del Tajo? Hay quien afirma que este asunto de los reptiles hace referencia a los celtas saefes, que llevaban a esos animales como tótem y llegaron a la Península Ibérica en dos oleadas, la primera alrededor del siglo VIII a.n.e. y la segunda hacia el siglo IV a.n.e.
Es decir, que quizá sí llegaron marinos griegos a las proximidades del estuario del Tajo y se toparon de bruces con pueblos celtas que se hubieran establecido allí, tal vez lucharon al principio y terminaron por entenderse, lo que llevó a fortalecer la ruta marítima del Atlántico y a la obtención de oro y estaño.
Y seguramente la leyenda de Ulises y Ofiusa fue la manera que encontraron en aquella época para transmitir la historia del descubrimiento, exploración y colonización de nuevas tierras por medio del valor y el entendimiento entre seres distintos. Tampoco es algo tan extraño, al fin y al cabo, ya que muchas poblaciones de Galicia y Portugal afirmaban provenir de algún héroe griego, como Teucro en Pontevedra o Calais en Oporto.
El caso es que, hoy en día, Lisboa continúa siendo lugar de parada al final del mundo y paraíso de todos los pueblos. L y yo estuvimos una semana disfrutando de sus colinas, su puerto, sus pasteles de nata y sus sardinas, que, según dicen, solo se pescan en los meses que no llevan una R.
Pero esa es una leyenda para otro día.
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