Si hace poco publicaba un artículo acerca del papel de las sibilas, su identidad y su legado en la Historia, que puedes leer en este enlace, hoy toca hablar de otro de los elementos fundamentales de mi nueva novela: los beduinos.
Siempre me pareció increíble ese heroísmo invencible de los últimos pueblos nómadas del desierto, que han resistido la colonización, las guerras, el hambre y la pobreza. Y a pesar de todo siguen ahí, manteniendo sus tradiciones como un respeto por su identidad, y transmitiéndolas de forma oral como un encuentro entre padres e hijos.
Los beduinos son los nómadas del desierto arábigo, desde donde se extendieron por África en el siglo VII d. C., llevando consigo el islam. Arabia es una enorme región situada en la confluencia de Europa, Asia y África, formada por amplísimas llanuras de desierto pedregoso, moteada por escasos pozos de agua y los oasis que rodean a éstos, y poblada por tribus nómadas generalmente pobres. Los beduinos viven con más frecuencia del pastoreo, ya que en aquella tierra apenas crece nada, y recorren largas distancias en sus típicas caravanas de dromedarios, comerciando con unos pueblos y con otros.
En tiempos remotos, los beduinos eran politeístas y, más propiamente, animistas. Creían en la presencia de espíritus de las dunas, las piedras y los pozos, y que ellos gobernaban su vida. Con la propagación del islam, fueron de los primeros pueblos en convertirse, y a su vez extendieron la nueva religión a lo largo de sus travesías, manteniendo una creencia menor en los espíritus. En el año 622 d. C., Mahoma abandonó La Meca y se trasladó a Medina, hecho conocido como Hégira y que marca el comienzo del calendario musulmán. Ambas ciudades son consideradas santas para el islam, y las dos se encuentran en Arabia. De hecho, la peregrinación a La Meca constituye uno de los pilares de la fe islámica y es obligada para todo musulmán al menos una vez en la vida.
Sin embargo, el desarrollo del islam tal y como lo conocemos hoy habría sido imposible sin las migraciones de los pueblos beduinos, principalmente hacia el continente africano. Ellos fueron los responsables de que la fe islámica llegara a Egipto, Túnez, Libia, Marruecos y muchos otros países. Y lo lograron porque no sólo son pastores, sino también unos guerreros feroces, extremadamente hábiles en el manejo de las armas y duros en el combate. Se organizan en familias, clanes y tribus, casi siempre unidos por lazos de sangre que se remontan a la antigüedad. Los pequeños reinos que se ubicaban alrededor de aquel desierto sufrieron en sus carnes el empuje de los beduinos, motivados por su fe, su hambruna y sus escasísimos recursos naturales.
Obra de Augusto Ferrer-Dalmau
El elemento fundamental que rige su vida es la tribu. No existe una verdadera conciencia racial en la población árabe, pero sí tribal. Pueden odiar hasta la muerte a la tribu vecina y buscar su exterminio completo, a la vez que defienden hasta el infinito a los miembros de la suya. Por este motivo los matrimonios de conveniencia son habituales, sobre todo en la casta noble, con el fin de unir linajes y garantizar que cesen los conflictos.
El animal más valorado en el desierto es el camello, ya que aporta leche (que es su principal alimento), permite el transporte e incluso da sombra en los peores momentos. Un jinete sin camello está condenado a la muerte en pocas horas, por eso los tratos comerciales (incluidas las bodas) se cuentan en número de camellos que cambian de manos, y la riqueza o pobreza también. El camello es la moneda más habitual, seguido de lejos por cabras, ovejas y otros animales menores. El pastoreo es la fuente de subsistencia más habitual, por lo que un pueblo nómada viaja siempre con sus animales. Los niños aprenden a cuidarlos desde muy pequeños, y a valorar su importancia.
El caballo es un animal mucho menos frecuente en el desierto. Su velocidad de carrera es mayor que la del camello, pero su resistencia a largo plazo es mucho menor, sus necesidades de agua superan ampliamente a las del camello y su tiempo de aprendizaje es bastante más largo. Por eso su empleo está restringido a las personas muy ricas y que no realizan travesías, porque sólo ellos se lo pueden permitir.
Los nómadas viven en poblados itinerantes, conformados por tiendas de pelo de camello. Su sabiduría se transmite por vía oral, y apenas realizan intercambios culturales con otros pueblos. Eso hace que no hayan evolucionado de manera sustancial desde hace siglos. El poblado se reúne en torno a las hogueras y los mayores emplean cuentos ancestrales para transmitir sus conocimientos acerca del viento, las nubes, la tierra o el emplazamiento de los pozos. Todo ese saber le hará falta el día de mañana a la tribu para sobrevivir en un lugar tan duro como el desierto.
Algunos pueblos son cazadores de nubes: se dedican a recorrer larguísimas distancias persiguiendo las nubes que saben que contienen lluvia. Son capaces de percibir la humedad en una piedra, un musgo o en el propio aire, y seguir el camino que haga falta con tal de estar allí cuando caiga ese agua tan necesitada. Entonces cantan y bailan como hermanos, plantan semillas y obtienen los frutos de la tierra. Pero eso ocurre muy pocas veces.
Lo más habitual es que deban enfrentarse a la soledad, el hambre y un calor infernal, por tierras abrasadas donde, cada cierto tramo, se yergue una antigua fortaleza romana o un templo otomano, semiderruidos y que ahora sirven como puestos de vigilancia a otras tribus igual de belicosas. Y lo hacen porque saben que les va la vida en ello, pues el esqueleto de un templo o una fortaleza sin ventanas pueden servir para resguardarse del calor y, por tanto, salvar la vida a una tribu. Además, son grandes tiradores, y sus largos fusiles negros se han hecho famosos en diversos momentos de la Historia.
Esta forma de vida cambió enormemente durante el siglo pasado, con el descubrimiento de unos valiosos yacimientos petrolíferos en Arabia, que han convertido a sus gobernantes en multimillonarios. Esas riquezas, sin embargo, no han repercutido en una mejora de las condiciones de vida generales, sino que han agigantado las diferencias económicas entre las casas reales y los pastores de camellos.
Los beduinos son un pueblo apasionante, protagonista de hazañas, leyendas y batallas heroicas, y también presente en horribles purgas contra otros pueblos. Sin ellos, desde luego, no podríamos entender la historia de Arabia y de gran parte de África.
Una de sus tradiciones más arraigadas es el deber de hospitalidad. Todo el que se acerca a un poblado del desierto y solicita ayuda para sobrevivir debe ser atendido. El poblado le garantizará agua potable, alimento y un hueco entre los suyos, sin hacer diferencias. Incluso aunque se trate de un enemigo.
Eso podría dar pie a una buena novela de aventuras…
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